Amar lo que uno hace, esa es la mayor inversión que se puede hacer.
Tras dos noches bajo las estrellas de la pampa, el tercer día freno mi bicicleta en Punta Arenas. Enfrentarme a una ciudad es desconcertante cuando uno se acostumbra tan solo a mirar la dirección del viento para poner la pequeña casa de tela portátil. Montones de coches circulan por las calles, pero sobre todo viento. Se apretuja entre las paredes de los edificios y como ovejas asustadas corre en una misma dirección arrasando con su frío todo lo que se pone a su paso.
Son muchos los carteles que anuncian hospedaje, hostel u hostal en las calles rectilíneas de la ciudad, y prácticamente todos ofrecen un precio similar acorde al escalafón que ellos quieren adoptar. Pero el viajero tiene olfato, y rastrea la ciudad con la nariz dispuesta a encontrar el mejor lugar para descansar, siempre que el frío o el cansancio no gane antes la batalla. Solo de este modo o bien por el boca a boca de los viajeros vagabundos se llega al Hostal Independencia, un humilde rincón de Punta Arenas en donde entrar es muy fácil, pero salir puede convertirse en toda una batalla contra tu fuerza de voluntad.
El amor por hacer lo que más le gusta hace que Eduardo dirija este hogar para viajeros con la energía suficiente como para mantenerlo impoluto, prepararte pan tostado con huevos en la mañana y preparar la comida de su hijo de tres años. Creo que desayunar al calor del fuego con la cara al sol en la cocina del Hostal Independencia es una de esas cosas que nunca olvidas después de días bajo el viento frío de la Patagonia.

Al calor de los rayos de sol que entran por la ventana disfrutamos de los desayunos en Hosta Independencia.
Punta Arenas es la ciudad más austral del continente sudamericano y para continuar hacia el sur es necesario cruzar el estrecho de Magallanes. Monto mi bicicleta en la barcaza que cruza diariamente hacia la gran isla de Tierra del Fuego y comienzo mis días de pedaleo por esta rica isla del sur del mundo.

Cruzando el Estrecho de Magallanes no hay nadie en la cubierta del barco para fotografiar y el momento es demasiado especial.
Siempre nos han enseñado que la isla debe su nombre a que los primeros europeos que navegaron por sus aguas al mando de Fernando de Magallanes veían constantes fogatas en la costa, pero yo tengo una teoría diferente, Tierra del Fuego debe su nombre al calor de sus gentes.
Allá donde me encontraba alguien, desprendía el calor de la isla. 5 noches recorriendo los caminos que conducen al sur del mundo y no he tenido apenas oportunidad de vaciar mi bolsa de la comida. Cordero, pan, café y largas conversaciones en las cocinas de las estancias han sido la esencia de esta parte del viaje. Pedaleo a favor del viento, después en contra, y a veces con el viento de lado entre un desierto de pampa amarilla donde las ovejas y las vacas comen a sus anchas hasta que se pierden en el infinito.

En Tierra del Fuego la mayor parte de la gente vive de las ovejas. Las cosas se hacen como antaño, de la mejor forma.

Jorge ya está listo para comenzar a trabajar con las primeras luces de la mañana en la estancia Armonia
Cruzo la frontera de San Sebastián para volver a tierras argentinas. Me encuentro de nuevo con el océano, pero esta vez se trata del Océano Atlántico, esas mismas aguas que bañan las costas de mi tierra rompen ahora en esta parte del planeta que yo siento tan lejana. Quizá esa ola que se agita al viento antes de convertirse en espuma delante de mí, la vi descansar sobre la arena meses o incluso años atrás en las playas de Galicia.
Poco a poco el paisaje comienza a cambiar y los arboles dominan el paisaje, me acerco a Tolhuin.

Esta es la luz que continuamente baña el paisaje de Tierra del Fuego durante estos días de invierno. Al fin llegan los árboles.
Aquí me recibe un Malagueño afincado en esta remota parte del mundo. Es dueño de la panadería más famosa de Tierra del Fuego, La Unión, y como no podría ser de otra forma en esta isla, Emilio desprende un calor hospitalario que calienta a los viajeros que se aventuran por estos fríos caminos. Empanadas y dulces por doquier llegan a mis manos mientras Emilio me muestra donde voy a dormir. Aquí está el baño, la bicicleta la puedes dejar ahí, cualquier cosa no tienes más que decirlo, -¿quieres otro de estos? -Y me ofrece de nuevo la bandeja con panecillos de queso. No se que decir, sonrío, agradezco, y mastico la empanada que Bety me acaba de hacer. Me doy una ducha de agua caliente y acomodo mis cosas en el cuarto que Emilio me mostró. “Casa de la Amistad” dice en la puerta, y en las 4 paredes de la habitación millones de agradecimientos, dibujos y fotos de montones de viajeros dan vida a este pequeño refugio improvisado.

Erik es mexicano y llegó hasta aquí viajando. Lleva un mes trabajando en la panadería para continuar su viaje más adelante.
Me quedan 100km para llegar a Ushuaia, últimas pedaladas hacia el sur de Sudamérica, últimas pedaladas hacia el sur del planeta.
Pequeños copos de nieve comienzan a caer mientras un magnífico sol del sur calienta mi rostro. Ya estamos casi en invierno y el sol se levanta tras el horizonte a las 9:30 de la mañana, y sin apenas despegarse del horizonte se esconde de nuevo a las 17:30. No llega a calentar mucho pero produce una luz sumamente especial. Pierdo la noción del tiempo, a cada minuto pienso que atardece, y de pronto cuando menos te lo esperas, desaparece.

Saliendo de Tolhuin hago un alto en el camino para comerme los bollitos que me dieron para el camino y beber un té calentito. Son los últimos rayos de sol que tendré en unos días…
Los copos de nieve cada vez se están haciendo más grandes y cuando me quiero dar cuenta, está todo blanco. El viento a estado en mi contra todo el trayecto, lo que me ha hecho tener que pedalear con suma paciencia, pero ahora que está nevando tan intensamente, me hace muy difícil avanzar. Los copos de nieve se meten por todos lados. Al respirar se meten por la nariz, si mueves la cabeza se meten por el cuello, si levantas a mano para estirar se te meten por el brazo, y si se te sube el pantalón impermeable se te meten por dentro de las zapatillas. Pedaleo estático, con la cabeza baja y mirando a tan solo 1 metro por delante de la rueda, al principio puedo intuir a raya del arcén que me sirve de referencia, después todo se queda blanco.

Cada vez nieva más fuerte, y el aire empuja los copos contra mis ojos, pero nada me borra la sonrisa.
A 50 km de Tolhuin un conjunto de casas rodean un gran aserradero, el viento ahora es demasiado fuerte y no puedo distinguir más que sombras que se esconden entre la nieve que vuela. Tengo parar la bicicleta para poder mirar. Volver a arrancar es difícil. Vuelvo a parar, veo un mástil a la entrada de una casa, eso es buena señal. Me acerco otro poco y distingo un coche de la defensa civil.
A los 15 minutos Makalu (Por si no lo había dicho antes aquí, mi bicicleta se llama Makalu) estaba bajo techo limpiándose la nieve acumulada en todas sus partes, yo, me cambiaba de ropa y bebía té caliente con las manos puestas en un calefactor. Miguel y Adrián, siempre sonrientes, me habían ofrecido una habitación para pasar la noche.
Un día normal hubiera recorrido los 50km restantes a lo largo de la mañana, pero amanece igual. Ha estado nevando toda la noche sin parar, y fuertes rachas de viento sacudían las ventanas como queriendo entrar al calor de la casa. Tomo café, miro por la ventana y optimista me dispongo a preparar mis alforjas. Por el día el viento suele calmarse hasta que cae el sol, y la nieve, es solo nieve.
Me preparo para salir al encuentro de la nieve, esto así, esta camiseta por aquí, un velcro para apretar el pantalón aquí, polainas para que el agua no se meta en mis zapatillas, este cuello para tapar mi orejas, la capucha apretada asi…lo que a Miguel y Adrián les parece todo una hazaña, para mi es la mayor felicidad del mundo, salir a pedalear por la nieve!!
Oigo el agradable crujir de la nieve bajo las ruedas, nada más. Es el hechizo de la nieve, el silencio. Dibuja el paisaje uniforme y silencia el espacio. Pedaleo entre los copos que suavemente flotan en el aire, se posan, y siguen cayendo sin molestar. Voy avanzando kilómetros sin darme cuenta, estoy demasiado entretenido con el camino como parar a pensar si estoy cansado o no, y cuando me quiero dar cuenta, llego al alto del puerto Garibaldi. No me detengo, el calor que he ido acumulando durante la subida pasaría a ser frío en cuestión de minutos, y además, está todo cubierto como para poder disfrutar de las vistas de los valles y montañas que me rodean. Continuo.
Bajo el sillín para tener el punto de gravedad más bajo en la bajada y para apoyar los pies cuando Makalu no es capaz de adherirse a la nieve prensada por el paso de los camiones. Los copos ya no flotan suave en el ambiente para posarse en silencio, el viento en esta cara de la montaña los revoluciona formando torbellinos de nieve que me envuelven. Ahora echo de menos la subida, la paz de pedalear despacio al son de la nevada. Cuesta abajo todo se acelera. El viento helado en contra golpea contra mi cuerpo dejando mi ropa acartonada. No veo nada, no puedo abrir los ojos. Me pongo las gafas de sol, tampoco veo mucho, pero ya no me duelen los ojos con la nieve. La carretera es un manto blanco que se revuelve con el viento. Intento mantenerme a la derecha todo lo que puedo, pero a veces estoy circulando por la cuneta sin saberlo, me resbalo. De vez en cuando me adelanta un camión a toda velocidad, llevan ruedas con clavos y parecen circular como si nada ocurriera, pero a su paso una ola de nieve pasa por encima mío. De pronto la bajada termina por unos metros, y cuando me dispongo a pedalear descubro que al estar bajando sin dar pedalada durante tanto rato la cadena, piñones y todo el sistema de transmisión de Makalu están congelados! Me cuesta poco rato volverlos a poner en marcha. Estoy escondido del viento en una pequeña ondanada del camino, vuelve la paz momentánea, vuelvo a escuchar el crujir de la nieve bajo las ruedas, y ahora también, el crujir de mi ropa acartonada al moverse.

La nieve y el viento hacen mis últimos kilómetros hacia el sur del mundo algo más dificil de lo que creía, pero estoy completamente feliz.
El tiempo empeora con el paso del tiempo, hasta hacerse materialmente imposible continuar. En esta parte del camino parece que la máquina quitanieves no ha pasado y se me hace muy difícil luchar contra el viento montado en la bicicleta. De entre la ventisca aparece un coche patrulla de la defensa civil.
–¿Estas bien? ¿Quieres que te llevemos hasta algún sitio?
No tengo frío, a pesar de la pinta que debo de tener sobre la bicicleta estoy feliz y contento pero necesito un lugar para pasar la noche, me quedan solo 20 kilómetros para llegar a Ushuaia, imposibles de completar hoy.
–No muchas gracias, quiero seguir en bicicleta! Pero… ¿saben algún lugar donde pasar la noche?
– A 5 o 7 km de aquí, hay una casa de residencia de gendarmes donde seguro que hay alguien, esta a la derecha del camino!
Nos hablamos casi a gritos para poder entendernos. Me sonríen, me sacan fotos, y me desean mucho ánimo.
Continuo. Estoy más feliz aun, se que en tan solo 5 o 7 km tendré casi seguro un lugar para descansar. El camino en esta parte esta demasiado malo. El exceso de nieve con el continuo paso de camiones a convertido la carretera en una pista de patinaje para mis ruedas. De pronto en una bajada la rueda delantera se encarrila con una rodera de camión congelada y me caigo. Me deslizo por la carretera suavemente con el cuerpo mientras Makalu se queda clavada en la nieve gracias al pedal que la frena. Mi sorpresa es descubrir que el coche patrulla venía detrás de mí todo este tiempo con la sirenas encendidas para protegerme de los camiones que vienen por detrás y para asegurarse que llego bien al lugar que me han indicado. Desde el suelo les sonrío. Me devuelven la sonrisa y me levantan el dedo pulgar.
Casi una hora de camino he necesitado para recorrer estos últimos kilómetros, y durante todo el tiempo he tenido la seguridad de mis amigos de Defensa civil detrás de mi. Al llegar a la altura de la casa de gendarmes se ponen a mi altura, me la señalan (parece absurdo pero no veía nada con la gafas llenas de nieve y si no es por ellos posiblemente hubiera seguido recto) y desaparecen entre la ventisca que esconde la carretera. Ni siquiera escucho el motor del coche con el ruido del viento.
15min más tarde Walter me había servido un plato de arroz con cordero y mi ropa mojada se secaba sobre un calefactor.
A la mañana siguiente, con el cielo casi despejado y tan solo 12 km después, llego a Ushuaia.

A la mañana siguiente de mi llegada el sol me dió la bienvenida, he superado la prueba que la naturaleza me puso para llegar, y esta es la recompensa.
Salgo de la turística mini ciudad de Calafate temprano, en la habitación donde dormía la gente se ha despertado pronto y me han arrastrado fuera de la cama con las primeras luces de la mañana.
Me dirijo a Chile, al parque nacional Torres del Paine. Más de 200 km de asfalto y ripio separan al Calafate de la próxima frontera chilena, entraré por el paso fronterizo de Rio Don Guillermo para llegar al pueblo de Cerro Castillo, y de ahí unos 100 km más para entrar a la inmensa mole montañosa que domina esta parte de la pampa patagónica, el parque nacional Torres del Paine.
Regreso a la soledad de los infinitos horizontes de la pampa. Echaba de menos el silencio de la bicicleta rodando por la carretera sin nadie con quien conversar. Vuelvo a soñar despierto pedaleando mientras pasan los kilómetros de idéntico paisaje por mi lado. De pronto el horizonte se interrumpe frente a mi con unas pequeñas lomas que cada vez se van haciendo más grandes. La carretera serpentea hacia lo alto, es la Cuesta de Miguez, 10 km de continua subida que me llevarán hasta la pampa alta. Desde arriba, todo vuelve a ser pampa, bastante más fría, pero pampa.

Bruce Horak es de Sudáfrica y viaja hacia el norte con su bicicleta desde Ushuaia. En una breve conversación me recomienda muchos lugares salvajes de tierra de fuego para recorrer.
El viento sopla por mi espalda y acompaña mi camino con fuertes rachas que me hacen alcanzar velocidades increíbles. Me pongo de pie en la bicicleta para aprovechar más el viento que me empuja por la carretera. Voy volando, a la velocidad del viento.“Clank”! algo a sonado muy fuerte mientras disfrutaba de una larga bajada, y me hace parar para revisar la bicicleta. Se me ha roto otro radio, y ya van 4 con este. Cambiarlo es todo un proceso, necesito quitar las alforjas, desmontar la rueda, quitarle la cubierta y la cámara, ponerle una cosita, poner la rueda, dar una pedalada para aflojar los piñones, sacar la rueda, quitar los piñones, cambiar el radio, poner los piñones, poner la cosita, poner la rueda, pedalada, quitar rueda, quitar cosita, poner cámara y cubierta, poner la rueda, hinchar rueda, y por ultimo y lo más lento centrar la rueda de nuevo. Todo esto mientras el viento se empeña en llevarte las cosas muy lejos de donde estas, te llenas las manos de grasa de la cadena y las arandelitas enanas de la cosita se te caen mil veces y no las encuentras…asiq que decido continuar.
Mi rueda ahora va bailando de lado a lado pero no me importa, intento pensar en otra cosa para no estar preocupado, llevo ya 65km y si mi mapa no se equivoca en 27km más debería encontrarme con una caseta de mantenimiento de carreteras. Correcto!
Un hombre mayor cambia una pesada batería cuando llego. “Hola como estamos” le digo…Conecta un borne, luego el otro, se asegura de que esta bien conectado el primero, luego el segundo, se apoya con las dos manos para levantarse mientras una ráfaga de viento nos envuelve en una nube de polvo, se da la vuelta y me dice “ché, que pasa”
Su nombre es “Lazo”, el lo pronuncia con acento italiano ya que es el apellido que heredó de su bisabuelo, que era de Sicilia, y de lo cual está completamente orgulloso. No sabe hablar italiano, por supuesto, pero le encanta poner acento cómo si lo hablara cuando me cuenta su historia.
Me deja ponerme en el porche de la casa al refugio del viento para arreglar la bicicleta antes de seguir, a partir de aquí tengo un tramo de 65km que son de un ripio lleno de baches y calamina y necesito mi radio en condiciones. “Ché cuando acabes pasa a tomarte unos mates” me dice mientras se mete en la casa y cierra la puerta. La vuelve a abrir al segundo. “La cierro para que no se me metan los gatos, pero tu pasas cuando quieras” y se mete al calor de las estufas de gas.
Amanece un día frío, pero el viento vuelve a soplar en mi misma dirección. Con el estómago bien lleno y el cuerpo calentito, me despido de mi anfitrión que me pide un único favor, que le mande una postal desde España.
Los kilómetros pasan más rápido de lo que tenía pensado y en este mismo día consigo atravesar la frontera y llegar a Cerro Castillo. Compro las pocas provisiones que encuentro en el pueblo y me encamino en una soleada mañana de Jueves hacia las Torres del Paine.

Antonio es del norte de Argentina, hace 4 años trabaja y vive en esta gasolinera de la pampa Argentina junto con su familia. Todos los viajeros paran aqui para beber, descansar o poner su pegatina como constancia de su paso.

Última curva antes de llegar al puesto aduanero de Argentina en el paso fronterizo de río Don Guillermo
Tras unos pocos kilómetros de asfalto vuelvo a los caminos de ripio que comienzan a adentrarse entre pequeñas montañas hacia las nevadas cumbres del macizo del Paine. Huanacos, Ñandús y montones de aves acompañan este paisaje amarillo que poco a poco se torna de colores más variados gracias a los lagos que bañan los valles.
La luna llena me acompañará estos días entre las montañas, ayudándome a salir al encuentro de la magia de los rayos del amanecer. Puedo caminar por la noche sin apenas utilizar el frontal más que en las zonas boscosas donde la luz de la luna no llega. Disfruto de los 5 segundos de luz mágica que el sol me regalo sobre la torres en un amanecer lluvioso, y pongo mi cara contra el viento de la noche mientras veo la luna pintada en los cuernos.

Por fin monto el campamento. Siempre creo que me ha tocado poner la tienda en el mejor lugar que podría haber escogido en el mundo.

Creía que el atardecer había sido el momentazo del día…hasta que apareció tras el horizonte la luna llena.

Creía que no se podía mejorar la vista de la tarde y noche anterior…hasta que amaneció en las Torres del Paine frente a la laguna Amarga…

Cuando pensaba que después de 3 horas caminando en la oscuridad no iba a ver el amanecer…apareció la luz mágica sobre las Torres.

Los ratones han atravesado mis alforjas para comerse mi desayuno! nada que no pueda arreglarse con unos parches de rueda de bicicleta
Llego a Puerto Natales con un sol expléndido, sin saber que iba a ser el último día de calor que me iba a tocar me siento a descansar y a respirar. Huele a mar.
Me encuentro en Calafate, pequeña ciudad de la Patagonia Argentina que acoge a miles de turistas al año para disfrutar de los hielos del glaciar Perito Moreno. La calle Libertador abarrotada de tiendas y restaurantes es el eje central a través del cual gira la vida de este rincón de la pampa.
Para llegar hasta aquí le di la espalda a las montañas de El Chaltén y pedaleé por la pampa durante 220km. 220km de paisajes infinitamente amarillos hasta cortarse con el azul del cielo, o con el gris de las nubes. Pedaleas hasta que estas cansado o la noche se te va a echar encima y paras a poner la carpa a la vera de la carretera ya que ambas partes del camino están completamente valladas y no te permiten alejarte mucho del tránsito. Pero estamos fuera de temporada y por la noche no pasa ningún coche.
En el camino me encuentro por casualidades de la vida a Frank y Florencia (la pareja de franceses que conocí disfrutando del amanecer frente al Fitz Roy. post: Luces Mágicas). Ahora pedaleamos juntos hasta Calafate.
Una noche, dos noches y el tercer día de pedaleo llegamos a la civilización.
No puedo irme de aquí sin conocer el Perito Moreno, eso esta clarísimo, pero cuando comienzo a preguntar como llegar con mi bicicleta descubro que no hay forma de llegar. El glaciar se encuentra a 80km de Calafate y no se puede acampar en ningún lugar, ni dentro ni fuera del parque nacional de los glaciares, por lo que salir de Calafate, pedalear 80 km, disfrutar del glaciar y volver a pedalear 80km más de vuelta a Calafate es imposible. La entrada al parque cuesta 135 Pesos Argentinos (20€ 26$) y el transporte en bus hasta el glaciar 140Ars. Frank no esta dispuesto a gastarse 41€ en ver un glaciar que es fruto de la naturaleza, yo tampoco.
Comenzamos por tanto a idear un plan para poder ver gratis esta inmensa masa de hielo azul que se desprende sobre el Lago Argentino.
Nos montamos en nuestras bicicletas después de comer para recorrer los 35 km que tenemos previstos para hoy. Queremos dormir a 5 km de la entrada al parque para así mañana estar lo suficientemente cerca y entrar antes del amanecer.
Buscamos en medio de la pampa una pequeña hondanada que nos tape de la carretera, para asi poder montar nuestro campamento base y salir mañana con las bicis descargadas e infiltrarnos como turistas. Cenamos expectantes por el día siguiente, nos metemos en la carpa, comienza a llover.
Cuando el despertador suena a las 4 a.m continua lloviendo y no tenemos el valor de salir de la tienda para enfrentarnos a nuestra peculiar aventura. Amanece con sol. Parece que el tiempo en esta zona es asi, seco por el día y por la noche cae la humedad de las montañas que tenemos al lado. Aprovechamos el día para ver los alrededores con las bicis descargadas, y visitamos el lago Roca, a 30 km de nuestro campamento base.
Internarse en la pampa en mitad de la nada y encontrar de repente tu tienda puesta en un lugar estratégico te produce una sensación de bandolero patagón que es difícil de explicar. No se hasta que punto hacemos esto por principios o por inmadura diversión, pero nos tiene muy concentrados.
Decidimos que pase lo que pase mañana con el tiempo saldremos hacia el glaciar, a 40km de donde nos encontramos. Se pone a llover antes de cenar. Cocinamos dentro de la tienda y Frank aprovecha para aprender un poco de fotografía friéndome a preguntas por lo que acabamos haciendo un taller fotográfico dentro de la tienda.
Abrimos los ojos a las 4:30a.m. Llueve. Nos vestimos con todo lo que tenemos para enfrentar el agua y salimos de nuestro escondite bajo una oscuridad plena.
Pedaleamos al tacto, no se ve nada, cuando notas que tus piernas hacen más fuerza pues cambias de marcha, cuando ves que estas perdiendo el equilibrio pues sabes que estas yendo muy despacio, que de repente vas rápido, pues estas bajando…y así todo el rato. Entre lluvia y niebla avanzamos hacia la entrada del parque. Cuando vemos el primer cartel de Pare apagamos las luces, y pasamos con la esperanza de que no haya ningún perro que se ponga a ladrar a nuestro paso y despierte a los guarda parques que duermen en una casa cercana. Un zigzag entre conos de carretera y estamos dentro del parque. Son las 5:30 y nos quedan 30km de pedaleo en la lluviosa noche. Ya hemos superado ese estado en el que no sabes que esta mojado y que no, y estamos introducidos en el mundo salvaje de la lluvia (post: no todo el monte es orégano). A 5 km para llegar al glaciar decidimos parar a esperar en el bosque a que entren algunos turistas antes de llegar, si nos ven a nosotros allí los primeros quizá levantemos alguna sospecha y echemos todo a perder. Nos introducimos en un bosque a esperar bajo la lluvia. Llueve mucho. El cuerpo comienza a enfriarse. A los 45 min de estar agazapados en el bosque pasa el primer vehículo, una furgoneta blanca que no sabemos si es de turistas o de trabajadores. Escondemos más las bicicletas entre los arboles para que no nos vean con los reflectores que tienen. Esperamos más. Un coche. Un autobús. Una hora y cuarto de espera y el cielo ya esta claro, de luz, no de nubes. Sigue lloviendo. Otro autobús. Decidimos que ya es hora de subir, son las 9:20 y con la gente que ha llegado podremos pasar desapercibidos o decir que entramos cuando abrían el parque, a las 8:00a.m.
“Mira hay está la bestia!!” me dice Frank cuando vemos por primera vez el Perito Moreno dando la última curva.
Tenia mis dudas respecto al marketing que se le da a este glaciar y lo que podría merecer la pena visitarlo, pero ahora que lo he visto, lo he sentido tronar y he respirado su brisa, confirmo que es el glaciar más bonito que he visto, no es tanto el hielo en sí, si no la perfecta ubicación desde donde lo disfrutas, a través de un frondoso bosque de ñires ves aparecer la pared de hielo que se desprende a cada rato formando maravillosos estruendos.
Lo hemos conseguido.
Me despierto antes de que las estrellas empiecen a borrarse del cielo. Esto aquí, esto allí, un poco de avena para desayunar y me monto en la bicicleta para encaminarme hacia el puerto donde se encuentra la embarcación que me llevará hasta Candelario Mancilla.
La linterna alumbra el camino de ripio que atraviesa el pueblo de Villa O´Higgins, últimos metros de carretera Austral que me conducirán de nuevo hacia Argentina. Como siempre la morriña de abandonar un lugar que te acogió durante unos días me invade al ir dejando atrás las casas de madera pintada. He llegado al final de la carretera Austral, y desde aquí, no existe ninguna forma de continuar por tierra hacia el sur. Una inmensa masa de hielo separa a Chile en dos porciones que tan solo se comunican por mar o por aire. El campo de hielo patagónico sur se extiende entre Chile y Argentina por más de 16.800 km²
Navego por las aguas del lago O´Higgins al amanecer. Las primeras luces del día pintan de colores las montañas y el cielo, mi bicicleta está atada a la proa del barco y baila al ritmo del lago. Desde lo más alto miro al horizonte y respiro profundo, me lleno de aire fresco, me lleno de vida.
El Quetru nos deja en lo que nosotros como personas de ciudad llamaríamos mitad de la nada, pero para los Carabineros que viven aquí para hacer patria y realizar los tramites de aduana es casi su casa. Cruzar de un país a otro atravesando los bosques de los andes entre ríos y montañas es visualmente precioso incluso místico, pero cuando viajas con una bicicleta que pesa 60kg y tienes que empujarla durante más de 17 km, el entorno a veces pasa a un segundo plano debido a la concentración que requiere el esfuerzo.
En el barco coincidimos con otros viajeros en bicicleta que querían llegar al Chaltén como nosotros, y como la unión hace la fuerza, entre todos nos ayudamos a empujar las bicicletas para cruzar los ríos y subir las embarradas cuestas que nos encontrábamos en el interior de los bosques de Ñires color rojo y amarillo.

Hiru empuja su bicicleta en el cruce de frontera entre Chile y Argentina por caminos muy poco transitados.

No todo el sendero era tan agradable como esta parte, pero solo por estas partes merece la pena empujar tanto la bicicleta.
Tras un gran esfuerzo de trabajo en equipo conseguimos llegar a la Laguna del Desierto, lugar donde la gendarmería Argentina tiene su puesto aduanero para la entrada en el país. La inmensa mole de granito conocida como el Fitz Roy encabeza la vista de este escondido lago que se refugia del viento entre montañas y glaciares que hacen casi imposible caminar por sus lados, ni que decir tiene pasar con la bicicleta.
Dormimos bajo la protección de los arboles para coger al día siguiente otro barco que nos cruzará los 17 km de lago que nos separan de la carretera de ripio que llega al Chaltén.
Como en todos lados, aquí en el Chaltén también se esta acabando la temporada, y la esencia de este pueblecito de montaña bajo la sombra del Fitz Roy y el Cerro Torre también se ve afectada con la llegada del invierno. Es un pequeño pueblo rodeado de montañas, paredes de roca y un inmenso río que mantienen controlada la extensión de las casas. No existe señal de teléfono pero la señal de internet esta disponible en multitud de cervecerías, hostels, hospedajes, y restaurantes que se ubican en la calle principal que atraviesa el pueblo. Como un pequeño Bariloche luce a primera vista la calle de este emblemático pueblo de escaladores y viajeros pero encuentro la esencia que tanto había escuchado de esta meca del trekking en un joven viajero que decidió quedarse en el Chaltén a vivir en una Roulote y que atiende con especial energía positiva el almacén donde trabaja, Matías.
Los alrededores de El Chaltén son uno de los mejores lugares del mundo para realizar caminatas. Montañas, lagos, bosques y glaciares encuentras a cada paso que recorres entre sus innumerables senderos perfectamente marcados y que en esta época del año casi puedes realizar en solitario sin cruzarte con demasiada gente. No puedo perderme la vista del Fitz roy y por supuesto del cerro Torre, del que tantas historias alpinísticas ha sido protagonista a lo largo de los años. Por fin tengo ante mis ojos esta aguja granítica perfectamente tallada por el helado viento del campo de hielo Sur y que se asienta entre glaciares de hielo azul turquesa. Frente a la laguna Torre disfruto de su figura dominante y vertiginosamente atractiva para tantas personas. Un iceberg se da vuelta en el lago rompiendo la calma que produce el intenso viento que proviene siempre del oeste, es decir, de frente.
Con la sonrisa congelada en mi cara camino entre los bosque de Lengas y Ñires hacia el Fitz Roy. Quiero dormir cerca, y despertarme antes del amanecer para subir a una pequeña montaña que se encuentra frente a esta inmensa mole de roca y hielo de 3375 metros de altura.

Recorriendo los valles que rodean El Chaltén. Las nieves caídas el día anterior han pintado las montañas de blanco. Cerro Solo.

Vistas desde la cumbre de la loma del pliegue tumbado. Cerro Solo, Cerro Torre, Fitz Roy y el lago Torre abajao.
No tengo termómetro, pero que el riachuelo que acompaña el sendero esté congelado me indica que ha hecho mucho frío esta noche, y ahora, antes del amanecer, es cuando más frio va ha hacer. Subo abrigado con toda la ropa que cargaba en la mochila que Matias me ha prestado para estos días en la montaña. Camino en zigzag montaña arriba mirando únicamente al circulo de luz que dibuja mi linterna en el suelo para no resbalar con el hielo del camino. Paro a descansar y miro las estrellas, las que están quietas y las que pasan fugaces dejando una estela. Se escucha el agua del riachuelo que corre bajo el hielo con un sonido perfecto que parece sacado de un wildtrack. Me quedo frío y sigo caminando. El cielo clarea y borra las estrellas cuando por fin alcanzo la cumbre de mi pequeña montaña. Aun no ha salido el sol, pero ya veo delante de mi la escultura de roca que estaba buscando, el Fitz Roy.
Mientras como un poco de chocolate sentado en una piedra libre de nieve, se sienta a mi lado Frank. Es un chico francés que viaja con su novia Florencia en bicicleta por todo Sudamérica, llevan casi dos años pedaleando y escalando la cordillera de los Andes. Tiene una energía especial que me hace compartir con él de un modo natural este mágico momento en el que la punta del Fitz Roy se pinta de naranja por el sol.
En cuestión de segundos comienza a pintarse toda la mole de roca que tenemos frente a nosotros de un naranja que solo el sol de la Patagonia y el granito saben hacer.
Mientras, Frank y yo seguimos conversando y fotografiando este mágico momento que nos pertenece, y digo mágico no como adjetivo para adornar la situación, digo mágico porque efectivamente estos momentos de la vida producen una magia en el ambiente que sólo los que están presentes en ese preciso instante en el lugar correcto pueden beneficiarse. Y yo, fui golpeado de pleno por esa corriente mágica que pintó de un naranja tan especial el granito congelado de esta escultura natural llamada Fitz Roy.
En Marzo de 2008, hace justo 5 años, me encontraba caminando por la cordillera del Himalaya también en solitario. Un día subí a lo alto de una montaña para ver el amanecer sobre el valle de Gokyo y disfrutar de la salida del sol por detrás del Everest. Allí conocí a Sylvain, un chico francés que como Frank también era de Grenoble, y que como en esta ocasión, disfrutamos juntos del mágico pincel que pinta las cumbre en los amaneceres de un color tan especial. Han pasado 5 años desde aquel momento, y aun ahora considero a Sylvain como una de esas personas que están dentro de mi circulo más cercano y afectivo.
Es la magia de lo primario y esencial, de la naturaleza. Tenemos olvidado en nuestras cuevas de cemento que un simple rayo de luz que nos paremos a observar, te puede acercar un poquito más a la felicidad
Amanece en Bahía Murta bajo un día soleado, estamos en otoño y si no fuera por el color amarillento rojizo de los árboles se podría decir que estamos en verano. Un niño pesca sobre una roca mientras su amigo trata de encontrar más gusanos escarbando en la tierra con sus manos y la ayuda de un palo. Es Sábado y no hay que ir a la escuela.

Camino a Puerto Tranquilo bordeamos las coloridas aguas del lago más grande de Chile, el lago General Carrera.
Bordeando el Lago General Carrera a lo largo de 25km llegaremos a Puerto Tranquilo. Un pueblo de apariencia turística pero con una esencia patagónica que enamora a todo viajero que se aventura entre sus calles y gentes.
Antiguas roulotes en la costanera ofrecen tours en bote a las reconocidas capillas de mármol en el lago y humildes habitaciones con desayuno en el comedor de la casa se ofrecen por todos lados con carteles de Hospedaje. El sol hace lucir a este pequeño pueblo como un paraíso en medio del lago General Carrera, que baña las orillas de este puerto formando una playa de aguas cristalinas.
Este será nuestro último punto de pedaleo en la carretera austral, el sábado sale desde Villa O´Higgins, a 353 km de aquí, el último bote para el cruce de frontera a través del Lago con el mismo nombre hacia Argentina. Tomé el compromiso con Peter en Coyhaique de acompañarlo en este paso fronterizo ya que tiene cierta dificultad, una vez desembarcado en el puerto de Candelario Mancilla, un camino te conduce hasta la Laguna del Desierto primero, y luego un sendero por el que no se puede transitar en bicicleta nos llevará hasta El Chaltén. Así que desde aquí tomaremos un autobús hasta Cochrane y de ahí otro hasta Villa O´Higgins para llegar allí el Viernes y coger el barco que atraviesa el Lago O´Higgins hasta Candelario Mancilla el Sábado a las 8:00 a.m. Serán unos días de aparcar la bicicleta y disfrutar lo que está por venir.
Me dirijo al Camping Bellavista, situado en lo más alto del pueblo, y allí me atiende Marcela. Es una de esas personas que desprenden alegría, y que a través de su rostro uno puede ver su alma. Tenemos una conexión inmediata y como si llevara toda una vida viviendo en este camping instalo mi tienda. También ofrece habitaciones por lo que Peter esta vez duerme en el mismo lugar.
Lavar la ropa al sol, reparar la bicicleta sobre la hierva, salir a pasear por el pueblo, beber una cerveza fría con los pies descalzos enterrados en la arena de la playa, o conversar con Peter sobre la vida me hace saborear este día con especial delicadeza.
Han llegado tres españoles más y una francesa al Camping Bellavista de Marcela. Han sido los primeros españoles con los que coincido en este viaje, sin contar mi cruce en la carretera de Argentina con David, del que hablo en mi segundo post “Rumbo al sur, primer contacto con la Ruta 40” y ya me hacia falta poder hablar un rato relajado sin preocuparme de si me entienden o no. Es curioso, o quizá obra del destino, que cada uno viajamos solos y nos fuimos a encontrar allí.
Eva es una chica catalana que dejo su trabajo de funcionaria de prisiones en Cataluña para viajar por el mundo durante un tiempo, comienza en Sudamérica así que se encuentra en sus primeros meses de aventura.
Silvia lleva un año recorriendo Sudamérica desde que salió de Londres, donde vivía hace unos años, conoce más países y rincones del mundo que calles de su natal Valencia.
Clara es del Verdón, un rincón del sur de Francia rodeado de inmensas paredes de roca que tuve la suerte de escalar, al menos un poco, en 2009 junto a mi gran amigo Silvain. Se encuentra empezando lo que será un largo viaje de varios meses.
Lino es de Jarandilla de la Vera, un pueblo extremeño ubicado en uno de esos paraísos que tiene España, el valle de la Vera. Está disfrutando de su mes de vacaciones recorriendo en solitario la Patagonia Argentina y Chilena, pensaba irse al día siguiente y continuar su recorrido hacia el norte, pero mañana cumple 51 años, y quiere celebrarlo con nosotros. Carne, costillas, longaniza, prietas (morcillas), patatas asadas, ensaladas y por supuesto, vino. De postre una Contesa helada con una vela tipo cirio, lo único que encontramos para que soplara su año de más.

4 españoles, una francesa y un canadiense. Todos viajamos solos. Todos celebramos el cumpleaños de Lino.
Que más puedo decir, uno de esos momentos que te regala un viaje, personas con las que compartes tantas emociones en tan solo unas horas y que quizá nunca vuelvas a cruzarte, pero que si así fuera, sería como encontrarte un hermano descarriado por el camino.
Conocemos a Lenin. Lleva 17 años navegando entre las catedrales de mármol del lago General Carrera y nos montamos en su bote para disfrutar del sol sobre las aguas color turquesa que bañan estas esculturas de roca. Lenin me habla de la luz en la fotografía y de cómo se toman las mejores imágenes de las cuevas de mármol. Tantos años al mando de su bote llevando turistas y viajeros le han hecho aprender muchas cosas acerca de los colores de la luz y del rango dinámico de las cámaras.

17 años navegando por las aguas del General Carrera en busca de las mejores fotografías de las Capillas de Mármol.
Aun nos quedan dos días más en Puerto Tranquilo y recuerdo que Patricia, inolvidable persona que me prestó la casa por dos días en El Bolsón (post: Saboreando la lluvia patagónica) me recomendó en nuestro cruce de caminos de la carretera que no dejara de visitar el Valle de los Exploradores.
Es el valle más bonito por el que he tenido la oportunidad de caminar. 52 kilómetros de camino de ripio te conducen entre lagos de agua impoluta, paredes de granito que cortan con cientos de metros verticales los impenetrables bosques de árboles e innumerables glaciares agrietados que coronan las montañas con colores blanco y azul turquesa, hasta la entrada del glaciar Exploradores. Desde el Monte San Valentin, el más alto de la Patagonia, se deja caer esta masa de hielo que colorea y da forma a las faldas de esta montaña de casi 4000 metros de altura.
Nos ponemos los crampones y comenzamos a sentir el crujir del hielo bajo nuestros pies entre grietas, lagunas y esculturas esculpidas por el viento. Aquí las distancias engañan a los ojos, no es lo que parece, y caminar entre los hielos nunca se puede hacer en línea recta ya que debes esquivar todos los obstáculos. Peter es la primera vez que transita por un lugar asi y está muy emocionado, poco a poco le va tomando el tranquillo a los pinchos de los zapatos.
Atardecer desde el Lago Bayo. Al fondo el Monte San Valentín domina el paisaje.

Tras un buen rato caminando por el valle de los Exploradores dirección Puerto Tranquilo, por fin pasa un coche.
Amanece un nuevo día soleado que parece de verano. Bajamos a la costanera para esperar el bus que nos llevará hasta Cochrane. Mientras me dejo caer con la bicicleta por la calle que conduce a la orilla del lago me entra cierta nostalgia, no me quiero ir de aquí, quiero empaparme más de este lugar, pero debemos partir, si es que queremos pasar al lado Argentino por el lago O´Higgins al final de la Carretera Austral.
Miro por la ventana del autobús, llueve. Revivo la sensación de abandonar lo que no quieres dejar. Cuando te montabas en el coche de tus padres regresando del pueblo al final del verano. Miro por ventana de la misma manera que lo hacia entonces, melancólico, y con ganas de bajar. Le prometí a Peter acompañarlo hasta el Chaltén, ya que el cruce fronterizo no es muy sencillo de hacer y menos con una bicicleta de 60kg a cuestas, pero mi corazón quiere seguir sintiendo el contacto con el ripio, el aire húmedo y la expectación por la siguiente curva del camino. Pero cumplo mi palabra, y al día siguiente pongo mi pie en O´Higgins, último punto de la Carretera Austral, a partir de aquí la carretera no puede continuar más al sur ya que se encuentra el campo de hielo sur, el campo de hielo continental más grande del mundo, sin contar con la Antártida y Groenlandia, que son “islas” independientes.
Villa O´Higgins es un pequeño pueblo de 550 habitantes enclavado entre montañas y glaciares. Casas de madera pintadas de colores dan alegría a las calles de esta villa que sobrevive con lo que producen aquí y lo poco que les llega de la ciudad de Coyhaique a casi 600km de camino de ripio. De vez en cuando, y cuando el clima lo permite, un avión aterriza en su pista de aterrizaje para traer enseres importantes y trasladar a alguna persona que necesite visitar al doctor, aquí no hay una clínica donde poder ser atendido. La vida en el fin del mundo, donde conseguir verdura o fruta es fruto del destino, donde la señal de teléfono e internet viene y va al ritmo de los vientos que hacen bailar el humo de las chimeneas, y colgar un post como este puede llevarte más de 6 tazas de té caliente.






























































