Oregón. El instinto del viajero.
Viajo despacio, sobre una bicicleta que avanza con el esfuerzo de mis piernas, y aun así, el tiempo pasa rápido, muy rápido.
He de volver atrás para corregir mis primeras impresiones sobre un país que poco a poco me muestra su cara más amable.
Ahora, sentado sobre una mullida alfombra blanca escucho las voces de mis anfitriones hablar con alegre entusiasmo. El fuego calienta la sala y el olor a café nos recuerda que seguimos desayunando a pesar de haber pasado el mediodía.
Dejamos atrás la soleada California portada de revistas y seguimos hacia el norte atravesando el estado de Oregon. Estamos en el mismo país, pero cambiar de estado es como cruzar una frontera y muchos elementos se tornan nuevos en nuestro camino.
Oregon es un estado volcado completamente en la vida al aire libre por lo que cientos de camping, senderos o áreas de picnic dominan las inmediaciones de nuestro camino al norte. Son una provocación que cuesta dejar pasar y bebemos más café del que acostumbramos sentados sobre una mesa de madera encarada hacia el infinito océano Pacífico. Los bosques son verdes, completamente verdes, los ríos transparentes y los pequeños pueblos que vamos atravesando en el camino respetan la estética del oeste que tiempo atrás conocí en las películas que veía con mi padre dormidos en el sofá después de comer.

Me despierto con el sonido de la lluvia sobre la carpa, abro la cremallera y asomo mi cabeza para echar un mirada afuera. Es un día maravilloso le digo a Bea.
Un día comenzó a llover, y no paró hasta dos semanas después.
En la puerta de un supermercado me refugio de la lluvia con las bicicletas apoyadas sobre la pared mientras Bea compra lo necesario para los próximos días de travesía. No es fácil cocinar cuando el agua te está mojando hasta los huesos y dentro de nuestra casa de tela es muy peligroso hacerlo, por lo que la comida para estos días tendrá que consistir en una dieta a base de sobres precocinados rápidos de calentar y mucho pan con queso, crema de cacahuete o cualquier cosa que se nos ocurra ponerle encima.
Veo salir a Bea cargada de bolsas en ambas manos y una inmensa sonrisa a la que parece no importarle la lluvia. Hasta aquí todo esta normal, nada se sale de lo cotidiano todavía.
– No sabes lo que me acaba de pasar- me dice.
Una señora se acerco para hablar con ella mientras estaba pagando en la caja, y tras una breve conversación de la que Bea tan solo captó algunas palabras la mujer le dio un papel con una dirección.
– Creo que nos ha invitado a su casa- me dice mostrándome el papel. –que hacemos, ¿vamos?-
Asi que hacia allí nos dirigimos sin saber muy bien porqué, y es que viajando lo más importante es el instinto y los ojos de aquella señora parecían estar llenos de bondad. No fue necesario comprender sus palabras para saber que al llegar seríamos recibidos con un gran abrazo, una chimenea encendida y una cena caliente que aun puedo saborear.

Su historia es fascinante, su mirada brillante y sus palabras suaves. Dawn es ya parte de este viaje.

George, el marido de Dawn, ha significado mucho para nosotros en tan solo dos días. es, simplemente, un hombre feliz.
Una gran ventana en el salón deja ver el lago que frente a la casa se alborota con la lluvia. Los patos vuelan al ras de la superficie y una nutria asoma la cabeza para conocer los nuevos visitantes. Mientras, nosotros nos sentamos a compartir historias, al calor del fuego, con los pies descalzos tapados por un cojín.
Dawn y George se convierten en nuestra familia por un fin de semana. Al día siguiente amanece un sol inmensamente redondo que colorea los paisajes aun húmedos de la noche anterior. No nos dejan irnos, quieren que nos quedemos un día más, y nosotros no sabemos decir que no.
–Ir a explorar y venir cuando queráis- nos dice George mientras ponemos la canoa en el agua. Explorar… que bonita palabra.
Es la primera vez que sentimos ser parte de la familia en este inmenso país. Mientras Bea y Dawn se dedican a plantar nuevas especies en el jardín yo voy ayudando a podar y quitar los tojos que han comenzado a invadir la ladera norte. El día pasa volando y cuando abrimos los ojos de nuevo ya es Lunes.
Nos despedimos ante al faro más occidental de América, el punto más al oeste de un continente inmenso que poco a poco voy descubriendo sobre mi bicicleta. Venteando con mi nariz al viento para llenarme de los olores que solo viajando puedo guardar en el frasco de la memoria. Avanzando con un rumbo, pero sin más destino que el propio mundo en el que ya me encuentro.
Sigo aquí, con vosotros. Bsos y abrazos.
Hola Antonio, un placer saberlo!! gracias!!
Precioso reportaje y preciosas vivencias. No soy muy fan de Norteamérica pero ese matrimonio me está cambiando el chip. Gracias a los cuatro. Un abrazo.
Te sorprenderias lo que queda por contar!! un abrazo!!!
Me das el piel de galina!!!!! abrazos!!!!
Gracias hermano!! me acorde mucho de ti cuando me junte con Brent en Vancouver!! un abrazo de oso para ti!!
Os diré que Lola y yo compartimos vuestros correos asi que no hace falta que los mandeis por duplicado. Otro abrazo, éste más jocoso.
Desde Chile los sigo, simplemente maravilloso!
Muchas gracias! un gusto saber que chile me acompaña en este viaje!
¡Qué bonito pensar que todavía hay gente buena en este mundo, que da sin nada a cambio!. Sigue disfrutando de la aventura y gracias por este soplo de aire fresco.
Espero que algún día des algún tipo de charla explicando todos los detalles de este fantástico viaje para lo que mantenemos la ilusión de realizarlo algún día.
Muchas gracias Hilario! claro que si, nos reuniremos en una mesa y hablaremos de viajes y sueños! saludos!
Explorar….
Te felicito amigo por su viaje.
Em breve voy empezar Tb una viaje
👏🚴🏼
muchas gracias y buenos vientos para ti!! sonrisas para el camino!
Hola Juan!
Que alegría saber que todavía hay personas buenas por el mundo.
Ánimo