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24 horas.

21 junio, 2015

A las 20:30 nos desviamos por un camino de tierra que salía a la derecha de la Cassiar Highway. El French Creek, paralelo a nuestra izquierda, fluía en nuestro favor abriéndose paso por el valle con amplios meandros. Avanzamos despacio, hablando con voz alta y haciendo sonar el timbre de la bicicleta no sea que algún oso hambriento anduviera pescando por la orilla a estas horas. 300 metros más adelante el río Dease nos dejaba sin lugar para seguir y el camino finalizaba en un pequeño claro del bosque.

El sol aun se mantenía alto, escondido entre las nubes que de cuando en cuando hacían una intensa descarga de agua, y hasta las 23:30 no se perdería aun tras las boscosas montañas del noroeste.

Nos ponemos manos a la obra con el campamento. Bea se dedica a recoger y partir leña con el pequeño hacha que desde hace unas semanas viaja con nosotros y mientras yo escojo una buena cucharilla para ir a buscar la cena al río.

Lanzo una, dos, tres veces… y nada. Pero no me doy por vencido y pruebo con otro tipo de cucharilla.

– ¡¡Bea!! ¡He visto como venia una trucha detrás de la cucharilla pero no ha llegado a morderla!- le grito desde la orilla del río.

Dejando el hacha en el tronco que hacía unos segundo trataba de partir con esmero, salió corriendo a mi encuentro.

– ¡Déjame probar, nunca he pescado una trucha!- Me dice entusiasmada.

Un intento, dos… – ¡¡Ala ala he pescado algo!!-

Es la primera trucha que pesca en su vida, pero no la última, 2 minutos después pescó otro hermoso Grayling.

Después de pescar 2 cada uno encontramos que eran suficientes truchas para llenar nuestros estómagos en la cena, dejamos la pesca y nos dedicamos a encender el fuego. A ratos caía algún breve chaparrón al que no dábamos mucha importancia.

Sentados sobre un tronco secamos nuestras ropas al fuego, cocinamos las 4 truchas y bebemos té.

Una a una vamos asando las truchas al fuego.

Una a una vamos asando las truchas al fuego.

Aqui duermo hoy.

Hoy duermo aqui.

El sol golpea la carpa por el lado donde reposa mi cabeza. Me giro para ver la hora, son la 4:30 am. Estiro mi brazo para alcanzar cualquier prenda que esté a mano y tapándome la cara sigo durmiendo. Por lo menos hace buen día me digo…

Me despierto con el olor a humo de la noche anterior en mi ropa, el aroma a café flota denso por el aire como una nube y las cortezas de pino se mezclan con la intensa fragancia de la tierra mojada. Ojalá todas las mañanas de mi vida olieran así.

Bea cumple sus 8000 km pedaleando justo en el momento que regresamos al arcén, a veces imaginario, de la Cassiar highway 37. Un poco más tarde, yo cumpliré 25.000 km.

Pasamos ríos, bordeamos lagos, nos dejamos caer por los valles o ascendemos pequeños collados en busca de nuevos bosques.

Soy partidario de que la esencia de viajar reside en el concepto individual y no en el medio de transporte, pero cuando te dejas caer por la ladera de una montaña directo al espejo de un solitario lago azul turquesa y sueltas las manos del manillar de tu bicicleta para sentir como el aire acaricia tu cuerpo mientras la sombra de un águila calva se dibuja junto a la mía en el asfalto … crees que no puede existir nada mejor en este mundo.

Good Hope Lake. Podría ser el caribe si el agua no estuviera más cerca de los cero grados que de los 10

Good Hope Lake. Podría ser el caribe si el agua no estuviera más cerca de los cero grados que de los 10

Lagunas, bosques y montañas como capa superior. Dentro osos, lobos, alces, ciervos, castores y millones de pájaros entre otros habitan estas tierras.

Lagunas, bosques y montañas como capa superior. Dentro osos, lobos, alces, ciervos, castores y millones de pájaros entre otros habitan estas tierras.

Pues mas o menos asi me sentía cuando al final de la cuesta que bajaba se levantaba una subida de 400 metros hacia el cielo. Progresivamente fui cambiando las velocidades de Tatacoa a una marcha más suave y con la cabeza agachada me adaptaba poco a poco al nuevo ritmo que la carretera me imponía. Solo mi respiración continua le ponía una banda sonora a lo que estaba a punto de suceder.

Levanté mi cabeza para mirar a lo alto de la cuesta y mis ojos, en vez de encontrar la línea del horizonte, se cruzaron con los de un gran oso negro que a 5 metros de mi me miraba sin parpadear.

Todos los osos negros que hasta ahora hemos encontrado en el camino tienen una mirada bonachona, incluso tontorrona a nuestro paso. Mientras comen a un lado del camino nos miran al pasar sin el más mínimo gesto agresivo en sus ojos, pero no era éste el caso.

Desde el lado derecho de la carretera me mantenía la mirada desafiante. Mis ojos se quedaron atrapados con los suyos observando con verdadero pavor ese inmenso animal negro de grandes dientes y garras. De pronto avanzó hacia mi dos o tres pasos en señal de provocación. Mi corazón se puso a latir fuertemente en la garganta mientras mi cerebro mantenía el cuerpo rígido y estable como si nada estuviera pasando.

Sin levantar la voz pero con absoluta contundencia pronuncie el nombre de Bea, que venia algunos metros detrás de mí, para avisarla. Cuando giré mi cabeza al tiempo que decía por segunda vez su nombre, vi como ya se había dado la vuelta y a toda velocidad se dejaba caer de nuevo cuesta abajo. Yo no podía darme la vuelta, ya era demasiado tarde, mi bicicleta demasiado pesada para hacerlo rápido y cualquier movimiento brusco podría provocar el ataque de nuestro contrincante. Asi que sin quitarle la mirada continué pedaleando cuesta arriba, a 5 km por hora, agarrando el manillar con mi mano derecha mientras con la izquierda abría el mosquetón de seguridad, quitaba el seguro del gatillo y dejaba mi spray anti osos listo para disparar. En cuestión de 3 segundos había conseguido hacer todo esto… si me lo propongo ahora estoy seguro de que acabaría cayéndome al suelo.

Cuando me encontraba a unos 10 metros por encima del animal paré mi bicicleta. Un coche se acercaba y quería ver si se asustaba para reunirme con Bea otra vez, que ya se había subido la cuesta por la que unos minutos antes bajábamos a toda velocidad. Efectivamente retrocedió unos pasos con el estruendo del vehículo y aproveché para retroceder yo también al encuentro de Bea.

Desde lo lejos vimos como cruzaba la carretera y se perdía en el frondoso bosque del lado opuesto. Al parecer simplemente nos habíamos puesto en su camino.

Los osos viven en un lugar sumamente bonito.

Los osos viven en un lugar sumamente bonito.

Seguimos pedaleando con la excitación de lo vivido, la sensación de haber pertenecido por unos escasos minutos a la extrema vida salvaje donde todo se rige a cada instante en el afán de la supervivencia.

Cruzando el Blue River un pequeño camino sale por la derecha de la carretera en dirección a la orilla del caudaloso río. Nos desviamos, apoyamos las bicicletas sobre sus palos, preparamos un fuego y nos ponemos a cocinar.

De pronto un ruido extraño llama mi atención. Miro a Bea. – A debido ser el río- me dice tranquila… y de pronto aparece un inmenso alce caminando por el río a 6 metros de nosotros. Nos mira, sin dejar de caminar, y sigue su camino como intentando disimular. Nos quedamos en shock, mirando fijamente al río y viendo como el inmenso animal desaparece entre los arbustos que tapan la rivera del río. Agarro mi cámara, Bea el Spray anti osos , y salimos corriendo para verlo. Dos crías lo van siguiendo!!

Las nubes terminan por ganarle la batalla al sol y el día se torna lluvioso para la tarde. Pensamos que sería un nuevo chaparrón vespertino, pero no, lloverá hasta el día siguiente.

Buscamos la frondosidad de un bosque para resguardarnos, encendemos fuego, nos sentamos sobre un tronco y secamos nuestras ropas.Son las 20:30 y estamos justo en la frontera con el Yukon.

Una mamá alce cruza el río con sus dos crías frente a nosotros.

Una mamá alce cruza el río con sus dos crías frente a nosotros.

Los arboles son nuestro abrigo para la lluvia, el fuego calor para secar nuestros huesos y los ríos y lagos la despensa donde pescamos la cena. Nuestro instinto florece como el musgo de los bosques, con dirección al norte.

Los arboles son nuestro abrigo para la lluvia, el fuego calor para secar nuestros huesos y los ríos y lagos la despensa donde pescamos la cena. Nuestro instinto florece como el musgo de los bosques, con dirección al norte.

3 comentarios
  1. Alicia permalink

    ¡Increíbles fotos! Te sigo desde un día que te vi en la televisión, y la verdad es que admiro profundamente lo que estás haciendo. Me muero de envidia cada vez que publicas algo, y si te soy sincera, estoy deseando acabar la carrera para poder iniciar una aventura como la tuya. ¡Gracias por compartir tus vivencias con el mundo! Un saludo y mucha fuerza 🙂

  2. Luis Santiago Menendez Jeannot permalink

    Estuvimos fuera unos dias celebrando el 49 cumpleaños de matrimonio y acabamos de leer vuestro reportaje, precioso como todos. Yo crei que pescabas como tu padre pero por lo que veo ibas de comparsa. ! Lo que hace la necesidad !.
    Un fuerte abrazo.

  3. Ramiro permalink

    Que historia la del oso!! Mirando esos bosques y con tanta humedad me imagino que habrás encontrado varios hongos comestibles para alimentarte. Los que crecen sobre troncos especialmente. Saludos para los dos y mucho disfrute!

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