Pacífica Costa Oeste. California.
El viento me golpea por el oeste, una ráfaga continua que me hace pedalear más deprisa hacia el final del puente y huir al refugio de las colinas. Los coches a su vez pasan deprisa y el roce con el asfalto provoca un ruido ensordecedor en el ambiente. Quiero saborear este momento, pero el Golden Gate es mucho más bonito cuando lo ves, tumbado desde la hierva, imponente en el horizonte.
Dejar atrás este puente con más de 78 años de historia colgante me hace mirar optimista hacia delante, e incrédulo hacia atrás. ¡estoy cruzando el Golden Gate en bicicleta! Nunca imaginé cuando salía de la ciudad de Santiago de Chile dos años atrás que se pudiera llegar tan lejos con una bicicleta, y hoy, con más de 21.500 kilómetros rodados bajo mis ruedas y unos cientos más navegados por ríos y mares, estoy aquí, dándole la espalda a la ciudad de San Francisco.
A partir de aquí seguiremos la costa bañada por el océano Pacifico hacia el norte, un “subibaja” de curvas que recorren el relieve rocoso de puntuales puestas de sol.
La niebla nos acompaña cada mañana, y a veces se queda a pasar el día con nosotros. Pedaleamos entre las nubes por unos arcenes casi inexistentes, el corazón se nos queda en un puño con cada rugir de motor que escuchamos acercarse por nuestras espaldas.
A pesar de esto, es una ruta que poco a poco va siendo más transitada por ciclistas de todo el mundo que desde Vancouver hasta la frontera de México los más arriesgados, recorren la denominada “Pacific coast bike route”. La mayor parte de los viajeros que recorren la ruta lo hacen desde el norte hacia al sur, yendo de este modo casi en la totalidad del recorrido con el viento a su favor. Nosotros lo hacemos al revés.
Cuando el sol nos acompaña el color verde predomina en el paisaje, las vacas pastan en las praderas y el monótono ritmo del mar se cuela continuo en nuestros oídos.
La humedad enfría el ambiente, moja nuestros sacos de dormir por las noches y embellece el paisaje pintando los arboles y vallas de musgo.
De pronto sin darnos cuenta nos introducimos de lleno en un frondoso bosque de inmensos Redwood. Estos arboles son los más altos del mundo llegando a medir por encima de los 100 metros de altura a lo largo de los miles de años que permanecen erguidos hacia el sol. Pedalear y dormir bajo sus imponentes troncos es una sensación maravillosa, y asi, a la sombra de estos gigantes avanzamos poco a poco en nuestro camino hacia el norte.
Con bastante frecuencia encontramos campings a lo largo de la ruta para descansar. Una parcela específica para caminantes y ciclistas está habilitada en los estatales por lo que el precio a pagar se reduce a 5 dolares en vez de los 25-30 que paga un campista normal. De todos modos nuestro presupuesto siempre evita añadirle gastos a la lista y son muchas las noches que buscamos un lugar escondido para poder descansar. Otras veces jugamos a la trampa; a la entrada de cada camping estatal hay un montoncito de sobres con un buzón a su lado. Aquí uno debe rellenar sus datos, depositar el dinero en el sobre e introducirlo en el buzón. Todo esto en mitad de un bosque donde parece no pasar nadie en días, por lo que a veces nos hacemos los despistados y ponemos nuestra casa de tela sin hacer mucho ruido. Normalmente no debe pasar nada, pero otras veces hemos tenido la mala suerte de encontrarnos con el ranger, al que ponemos nuestra mejor cara de tontos y pedimos disculpas por nuestra torpeza con el inglés.

Tim vive en su autocaravana con su esposa y su perro cuidando campings. Esta noche necesitaba recibir una llamada de Cuatro Radio y se ofreció amablemente a prestarme su teléfono a las 00:30.

Norberto Olavarria es Ranger de California, y al ver su nombre despues de 30 minutos hablando no podia dejar de fotografiarle.
Hoy llevamos pedaleando más de 50 kilómetros de cuestas arriba y abajo y en el mapa que un viajero nos regaló de la ruta no aparece ningún camping a la vista. El sol se ha escondido tras unas espesas nubes que vienen desde el oeste amenazantes de lluvia pero con la cabeza erguida continuamos pedaleando contra el viento en busca de un lugar donde poder refugiarnos esta noche.
Hemos llegado a un pequeño pueblo por el que años atrás corría la línea férrea para llevar el queso de su fábrica al resto del país. En la calle principal, donde las vías del antiguo tren aun están a la vista, un parque nos parece un buen sitio para poder dormir. Como aun no ha oscurecido por completo decidimos cocinar las lentejas que por la mañana precavidamente habíamos puesto a remojar en una de las botellas de agua de la bicicleta, y asi montar la carpa con la completa oscuridad para ser lo más discretos posibles.
La humedad cae sobre nosotros empapando todo lo que encuentra a su paso y cuando por fín la luz es adecuada para poder comenzar a poner nuestro mini campamento, nuestro cuerpo recién cenado tiene pereza solo de pensar en tener que estar toda la noche pendiente de si la policía viene a echarnos o cualquier otro problema que pueda suceder en estas condiciones.
De pronto me doy cuenta de que hay una iglesia unos metros más al sur de la plaza, y en un intento de desesperación por dormir en un lugar tranquilo y seco encaminamos nuestras bicicletas hacia allí.
Las indicaciones que recibimos no parecen muy alagüeñas cuando, tras recibirnos en un maravilloso salón, nos dicen que podríamos dirigirnos unas 6 millas al sur en busca de un parque retirado de la civilización donde la policía no nos molestaría… -No, imposible, de noche no podemos llegar hasta allí, es muy peligroso, no tenemos luces en la bicicletas. Les digo mientras miro un mullido sofá de estos que tengo delante…
– ¿dos años dices que llevas viajando en tu bicicleta? ¿os gustaría venir a casa con nosotros? Me dice la mujer que tengo delante mientras su marido da un paso al frente para saludarnos con la mano.
Desde hace un tiempo atrás he tomado como rutina decir una frase cuando me ofrecen algo. ¡Ten cuidado con lo que me ofreces porque digo a todo que si!
PUEDES VER UN VIDEO DE ESTA HISTORIA PINCHANDO AQUI
Increíble vuestra aventura. Estoy totalmente enganchada a ella. Muchísimas gracias por vuestras postales. Nicolás y Manuel se pusieron contentísimos y os vamos siguiendo. Muchos besos
Que bien saber que venís con nosotros! un saludo!
No tenemos ningun temor a que nos digas SI, todo lo contrario, asi que aqui teneis nuestra casa con su acompañamiento, lentejas, pote, un buen pescado, etc. Os esperamos. !! Buen viaje y un fuerte abrazo !!
Rumbo Gijón!!
Por cierto: ¿ Qué es eso de las postales ?
https://fisterrabicicleta.com/postales-dedicadas/
Mira este link Luis que aqui esta todo. Mandame tu direccion que os mando una ipso facto!!
¡¡Qué hubiera dicho Don Quijote ante esas secuoyas!! Deben impresionar. Juan, yo no echo en remojo las lentejas. La pongo a cocer directamente y se hacen enseguida. Seguís encontrando amabilidad y hospitalidad y me alegro. Que no os falte. Y cuidado con la niebla.
Un abrazo.
Increible!!!.
Me hipnotiza cómo escribes éstas maravillosas aventuras.
Un abrazo y ánimo, queremos saber más.
Muchas gracias Susana!! es maravilloso saber que me acompañas!
Me parece que ya consegui darme de alta en lo de las postales, que buen trabajo me costó, niñin. Soy bastante » tochu » en esto de los links. Cosa de la edad. Un abrazo.