Cálida nieve en la Tierra del Fuego.
Amar lo que uno hace, esa es la mayor inversión que se puede hacer.
Tras dos noches bajo las estrellas de la pampa, el tercer día freno mi bicicleta en Punta Arenas. Enfrentarme a una ciudad es desconcertante cuando uno se acostumbra tan solo a mirar la dirección del viento para poner la pequeña casa de tela portátil. Montones de coches circulan por las calles, pero sobre todo viento. Se apretuja entre las paredes de los edificios y como ovejas asustadas corre en una misma dirección arrasando con su frío todo lo que se pone a su paso.
Son muchos los carteles que anuncian hospedaje, hostel u hostal en las calles rectilíneas de la ciudad, y prácticamente todos ofrecen un precio similar acorde al escalafón que ellos quieren adoptar. Pero el viajero tiene olfato, y rastrea la ciudad con la nariz dispuesta a encontrar el mejor lugar para descansar, siempre que el frío o el cansancio no gane antes la batalla. Solo de este modo o bien por el boca a boca de los viajeros vagabundos se llega al Hostal Independencia, un humilde rincón de Punta Arenas en donde entrar es muy fácil, pero salir puede convertirse en toda una batalla contra tu fuerza de voluntad.
El amor por hacer lo que más le gusta hace que Eduardo dirija este hogar para viajeros con la energía suficiente como para mantenerlo impoluto, prepararte pan tostado con huevos en la mañana y preparar la comida de su hijo de tres años. Creo que desayunar al calor del fuego con la cara al sol en la cocina del Hostal Independencia es una de esas cosas que nunca olvidas después de días bajo el viento frío de la Patagonia.

Al calor de los rayos de sol que entran por la ventana disfrutamos de los desayunos en Hosta Independencia.
Punta Arenas es la ciudad más austral del continente sudamericano y para continuar hacia el sur es necesario cruzar el estrecho de Magallanes. Monto mi bicicleta en la barcaza que cruza diariamente hacia la gran isla de Tierra del Fuego y comienzo mis días de pedaleo por esta rica isla del sur del mundo.

Cruzando el Estrecho de Magallanes no hay nadie en la cubierta del barco para fotografiar y el momento es demasiado especial.
Siempre nos han enseñado que la isla debe su nombre a que los primeros europeos que navegaron por sus aguas al mando de Fernando de Magallanes veían constantes fogatas en la costa, pero yo tengo una teoría diferente, Tierra del Fuego debe su nombre al calor de sus gentes.
Allá donde me encontraba alguien, desprendía el calor de la isla. 5 noches recorriendo los caminos que conducen al sur del mundo y no he tenido apenas oportunidad de vaciar mi bolsa de la comida. Cordero, pan, café y largas conversaciones en las cocinas de las estancias han sido la esencia de esta parte del viaje. Pedaleo a favor del viento, después en contra, y a veces con el viento de lado entre un desierto de pampa amarilla donde las ovejas y las vacas comen a sus anchas hasta que se pierden en el infinito.

En Tierra del Fuego la mayor parte de la gente vive de las ovejas. Las cosas se hacen como antaño, de la mejor forma.

Jorge ya está listo para comenzar a trabajar con las primeras luces de la mañana en la estancia Armonia
Cruzo la frontera de San Sebastián para volver a tierras argentinas. Me encuentro de nuevo con el océano, pero esta vez se trata del Océano Atlántico, esas mismas aguas que bañan las costas de mi tierra rompen ahora en esta parte del planeta que yo siento tan lejana. Quizá esa ola que se agita al viento antes de convertirse en espuma delante de mí, la vi descansar sobre la arena meses o incluso años atrás en las playas de Galicia.
Poco a poco el paisaje comienza a cambiar y los arboles dominan el paisaje, me acerco a Tolhuin.

Esta es la luz que continuamente baña el paisaje de Tierra del Fuego durante estos días de invierno. Al fin llegan los árboles.
Aquí me recibe un Malagueño afincado en esta remota parte del mundo. Es dueño de la panadería más famosa de Tierra del Fuego, La Unión, y como no podría ser de otra forma en esta isla, Emilio desprende un calor hospitalario que calienta a los viajeros que se aventuran por estos fríos caminos. Empanadas y dulces por doquier llegan a mis manos mientras Emilio me muestra donde voy a dormir. Aquí está el baño, la bicicleta la puedes dejar ahí, cualquier cosa no tienes más que decirlo, -¿quieres otro de estos? -Y me ofrece de nuevo la bandeja con panecillos de queso. No se que decir, sonrío, agradezco, y mastico la empanada que Bety me acaba de hacer. Me doy una ducha de agua caliente y acomodo mis cosas en el cuarto que Emilio me mostró. “Casa de la Amistad” dice en la puerta, y en las 4 paredes de la habitación millones de agradecimientos, dibujos y fotos de montones de viajeros dan vida a este pequeño refugio improvisado.

Erik es mexicano y llegó hasta aquí viajando. Lleva un mes trabajando en la panadería para continuar su viaje más adelante.
Me quedan 100km para llegar a Ushuaia, últimas pedaladas hacia el sur de Sudamérica, últimas pedaladas hacia el sur del planeta.
Pequeños copos de nieve comienzan a caer mientras un magnífico sol del sur calienta mi rostro. Ya estamos casi en invierno y el sol se levanta tras el horizonte a las 9:30 de la mañana, y sin apenas despegarse del horizonte se esconde de nuevo a las 17:30. No llega a calentar mucho pero produce una luz sumamente especial. Pierdo la noción del tiempo, a cada minuto pienso que atardece, y de pronto cuando menos te lo esperas, desaparece.

Saliendo de Tolhuin hago un alto en el camino para comerme los bollitos que me dieron para el camino y beber un té calentito. Son los últimos rayos de sol que tendré en unos días…
Los copos de nieve cada vez se están haciendo más grandes y cuando me quiero dar cuenta, está todo blanco. El viento a estado en mi contra todo el trayecto, lo que me ha hecho tener que pedalear con suma paciencia, pero ahora que está nevando tan intensamente, me hace muy difícil avanzar. Los copos de nieve se meten por todos lados. Al respirar se meten por la nariz, si mueves la cabeza se meten por el cuello, si levantas a mano para estirar se te meten por el brazo, y si se te sube el pantalón impermeable se te meten por dentro de las zapatillas. Pedaleo estático, con la cabeza baja y mirando a tan solo 1 metro por delante de la rueda, al principio puedo intuir a raya del arcén que me sirve de referencia, después todo se queda blanco.

Cada vez nieva más fuerte, y el aire empuja los copos contra mis ojos, pero nada me borra la sonrisa.
A 50 km de Tolhuin un conjunto de casas rodean un gran aserradero, el viento ahora es demasiado fuerte y no puedo distinguir más que sombras que se esconden entre la nieve que vuela. Tengo parar la bicicleta para poder mirar. Volver a arrancar es difícil. Vuelvo a parar, veo un mástil a la entrada de una casa, eso es buena señal. Me acerco otro poco y distingo un coche de la defensa civil.
A los 15 minutos Makalu (Por si no lo había dicho antes aquí, mi bicicleta se llama Makalu) estaba bajo techo limpiándose la nieve acumulada en todas sus partes, yo, me cambiaba de ropa y bebía té caliente con las manos puestas en un calefactor. Miguel y Adrián, siempre sonrientes, me habían ofrecido una habitación para pasar la noche.
Un día normal hubiera recorrido los 50km restantes a lo largo de la mañana, pero amanece igual. Ha estado nevando toda la noche sin parar, y fuertes rachas de viento sacudían las ventanas como queriendo entrar al calor de la casa. Tomo café, miro por la ventana y optimista me dispongo a preparar mis alforjas. Por el día el viento suele calmarse hasta que cae el sol, y la nieve, es solo nieve.
Me preparo para salir al encuentro de la nieve, esto así, esta camiseta por aquí, un velcro para apretar el pantalón aquí, polainas para que el agua no se meta en mis zapatillas, este cuello para tapar mi orejas, la capucha apretada asi…lo que a Miguel y Adrián les parece todo una hazaña, para mi es la mayor felicidad del mundo, salir a pedalear por la nieve!!
Oigo el agradable crujir de la nieve bajo las ruedas, nada más. Es el hechizo de la nieve, el silencio. Dibuja el paisaje uniforme y silencia el espacio. Pedaleo entre los copos que suavemente flotan en el aire, se posan, y siguen cayendo sin molestar. Voy avanzando kilómetros sin darme cuenta, estoy demasiado entretenido con el camino como parar a pensar si estoy cansado o no, y cuando me quiero dar cuenta, llego al alto del puerto Garibaldi. No me detengo, el calor que he ido acumulando durante la subida pasaría a ser frío en cuestión de minutos, y además, está todo cubierto como para poder disfrutar de las vistas de los valles y montañas que me rodean. Continuo.
Bajo el sillín para tener el punto de gravedad más bajo en la bajada y para apoyar los pies cuando Makalu no es capaz de adherirse a la nieve prensada por el paso de los camiones. Los copos ya no flotan suave en el ambiente para posarse en silencio, el viento en esta cara de la montaña los revoluciona formando torbellinos de nieve que me envuelven. Ahora echo de menos la subida, la paz de pedalear despacio al son de la nevada. Cuesta abajo todo se acelera. El viento helado en contra golpea contra mi cuerpo dejando mi ropa acartonada. No veo nada, no puedo abrir los ojos. Me pongo las gafas de sol, tampoco veo mucho, pero ya no me duelen los ojos con la nieve. La carretera es un manto blanco que se revuelve con el viento. Intento mantenerme a la derecha todo lo que puedo, pero a veces estoy circulando por la cuneta sin saberlo, me resbalo. De vez en cuando me adelanta un camión a toda velocidad, llevan ruedas con clavos y parecen circular como si nada ocurriera, pero a su paso una ola de nieve pasa por encima mío. De pronto la bajada termina por unos metros, y cuando me dispongo a pedalear descubro que al estar bajando sin dar pedalada durante tanto rato la cadena, piñones y todo el sistema de transmisión de Makalu están congelados! Me cuesta poco rato volverlos a poner en marcha. Estoy escondido del viento en una pequeña ondanada del camino, vuelve la paz momentánea, vuelvo a escuchar el crujir de la nieve bajo las ruedas, y ahora también, el crujir de mi ropa acartonada al moverse.

La nieve y el viento hacen mis últimos kilómetros hacia el sur del mundo algo más dificil de lo que creía, pero estoy completamente feliz.
El tiempo empeora con el paso del tiempo, hasta hacerse materialmente imposible continuar. En esta parte del camino parece que la máquina quitanieves no ha pasado y se me hace muy difícil luchar contra el viento montado en la bicicleta. De entre la ventisca aparece un coche patrulla de la defensa civil.
–¿Estas bien? ¿Quieres que te llevemos hasta algún sitio?
No tengo frío, a pesar de la pinta que debo de tener sobre la bicicleta estoy feliz y contento pero necesito un lugar para pasar la noche, me quedan solo 20 kilómetros para llegar a Ushuaia, imposibles de completar hoy.
–No muchas gracias, quiero seguir en bicicleta! Pero… ¿saben algún lugar donde pasar la noche?
– A 5 o 7 km de aquí, hay una casa de residencia de gendarmes donde seguro que hay alguien, esta a la derecha del camino!
Nos hablamos casi a gritos para poder entendernos. Me sonríen, me sacan fotos, y me desean mucho ánimo.
Continuo. Estoy más feliz aun, se que en tan solo 5 o 7 km tendré casi seguro un lugar para descansar. El camino en esta parte esta demasiado malo. El exceso de nieve con el continuo paso de camiones a convertido la carretera en una pista de patinaje para mis ruedas. De pronto en una bajada la rueda delantera se encarrila con una rodera de camión congelada y me caigo. Me deslizo por la carretera suavemente con el cuerpo mientras Makalu se queda clavada en la nieve gracias al pedal que la frena. Mi sorpresa es descubrir que el coche patrulla venía detrás de mí todo este tiempo con la sirenas encendidas para protegerme de los camiones que vienen por detrás y para asegurarse que llego bien al lugar que me han indicado. Desde el suelo les sonrío. Me devuelven la sonrisa y me levantan el dedo pulgar.
Casi una hora de camino he necesitado para recorrer estos últimos kilómetros, y durante todo el tiempo he tenido la seguridad de mis amigos de Defensa civil detrás de mi. Al llegar a la altura de la casa de gendarmes se ponen a mi altura, me la señalan (parece absurdo pero no veía nada con la gafas llenas de nieve y si no es por ellos posiblemente hubiera seguido recto) y desaparecen entre la ventisca que esconde la carretera. Ni siquiera escucho el motor del coche con el ruido del viento.
15min más tarde Walter me había servido un plato de arroz con cordero y mi ropa mojada se secaba sobre un calefactor.
A la mañana siguiente, con el cielo casi despejado y tan solo 12 km después, llego a Ushuaia.

A la mañana siguiente de mi llegada el sol me dió la bienvenida, he superado la prueba que la naturaleza me puso para llegar, y esta es la recompensa.
espectacular!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Me alegro que sigas el blog!! Muchas gracias y un abrazo!
Felicitaciones!!! soy Lobo Bike.
http://www.lobobike.cl
Muchas gracias! Para la próxima me llevo unas alforjas onderas de esas que tienes! Saludos!
te seguimos muchos Juan!!!!!!!!!!!!es espectacular.saludos!
Impresionante. Sigo tus aventuras con el alma en un hilo, me estremezco con tu frío y se me calienta el corazón con la hospitalidad maravillosa de las gentes que te reciben.
Y las fotos, soberbias.
Emocionado, la envidia sana que tenía al principio de tu aventura se ha convertido en la más absoluta admiración.
Creo que, un plan para mi domingo va a ser preparar un café con leche y leer tu blog de principio a fin. Maravillosa e inspiradora aventura… sin dudarlo te sigo.
Muchas gracias Marta! Espero que disfrutes la experiencia y sobre todo la compartas conmigo! Aun nos queda mucho viaje por delante!
Buenos recuerdos disfrutando de los mismos lugares por donde pase hace poco…es mas dificil de invierno no? yo lo hice de verano y llegue a ushuaia en febrero..sol y calor…saludos desde Venezuela donde estoy tomando una pausa-descanso para seguir al norte(Alaska) pronto…puro viaje, pura vida, pura bici…saludos colega!!!!
Hola Romulo! menudo paseo en bici que te has pegado ya! ahora me encuentro en Buenos Aires listo para para empezar hacia el norte por la costa atlantica, algún día nos cruzaremos en el camino y compartiremos un mate, un té o lo que quiera que se beba alli donde estemos! mucha suerte, y sobre todo a ser felices!!
Preciosas fotos de esa espectacular Usuaia q tuve la oportunidad de conocer hace años junto al perito Moreno y al parque nacional de los glaciares. No hay belleza hecha por la mano del hombre comparable a la belleza creada por la naturaleza.
Muchas gracias Soledad!! desde luego que no, la naturaleza es increíble!! Un saludo
buenisimas las fotos, que cámara usas? éxitos en el viaje
Muchas gracias Mynor! más importante que la cámara son los objetivos que utilizas, la cercania, el contacto con las personas… ponerle el corazon a cada foto.
Hasta el momento utilizo una canon 5d