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Escuchando el sonido del silencio

Listo? “Si clarou listou” me contesta Peter. Partimos de Coyahique sobre nuestras bicicletas cargadas con un poco más de provisiones de lo normal, comenzamos la segunda etapa de la Carretera Austral, la más Austral.

Vuelve la magia del viaje, la expectación de lo que está por venir. Viajar con mi nuevo compañero es diferente, su ritmo es bastante más lento, a ratos paro para esperarle y aprovecho para comer algo, sacar una foto, o beber un poco de agua. Está bien tener alguien con quien poder disfrutar de los paisajes.

Amplias praderas de arboles quemados años atrás vuelven a dominar el paisaje, casas de madera con infinitas hectáreas de terreno, caballos, vacas y ovejas se ven a los lados del camino.

Los incendios de la Patagonia en su mayoría provocados por los primeros colonos marcan claramente el paisaje de estas tierras.

Los incendios de la Patagonia en su mayoría provocados por los primeros colonos marcan claramente el paisaje de estas tierras.

 

Incendios patagónicos de años pasados a las salida de Coyhaique

Incendios patagónicos de años pasados a las salida de Coyhaique

El primer pueblo desde Coyhaique es Cerro Castillo, a 96km de distancia, por lo que tendremos que hacer noche a mitad de camino. Hemos salido tarde, a las 13:00, y las subidas que tenemos hasta alcanzar Cerro Castillo nos han dejado con suerte llegar hasta la mitad de camino, donde tras perder las esperanzas de encontrar un camping que aparecía en el mapa ponemos nuestra tienda de campaña tras unos arbustos en un terreno privado que tenía su valla en el suelo. Es la primera vez  que monto mi campamento en compañía, y lo agradezco.

Un improvisado taller en mitad de la patagonia para cambiar un radio roto en mi rueda trasera. Gracias a la increíble y reducida herramienta "NBT2 tool" que Peter lleva consigo pudimos desmontar los piñones sin problem!

Un improvisado taller en mitad de la patagonia para cambiar un radio roto en mi rueda trasera. Gracias a la increíble y reducida herramienta «NBT2 tool» que Peter lleva consigo pudimos desmontar los piñones sin problema!

Las leyes de Murphy parece que siempre te acompañan allá donde vayas. Llevo ya 1900 km pedaleando y no ha habido ningún día en que salga sin mis dos botellas de la bici  llenas de agua y una de repuesto de dos litros detrás para cocinar y rellenar las de la bici si se acaban. Bueno pues hoy decidí no llenar la de dos litros ya que llevaba gran cantidad de peso con la comida, y justo hoy no hemos encontrado ningún lugar donde poder cargarnos de agua al final del día. Tanta comida no puede cocinarse sin agua, toca comer pan con queso y salame.

Cenamos y nos vamos a meter en nuestros sacos de plumas, son las 20:30 pero estamos agotados. A través de la ventana de mi hogar de tela veo aparecer la luna llena, sonrío, me tapo hasta la nariz, y me quedo con los ojos abiertos.

Me despierto antes de que el sol luzca tras las montañas que nos rodean, me quedo quieto entre la calidez de las plumas del saco esperando sus primeros rayos de calor. Peter parece que esta haciendo lo mismo porque con las primeras pinceladas de amarillo entrando por mi ventana ambos abrimos la cremallera de nuestras tiendas. Media taza de café para cada uno con el poquito agua que tenemos y un poco de pan tostado con aceite y sal.

A los 2 km de comenzar a pedalear encontramos el camping que estábamos buscando la noche anterior, ley de Murphy. Paramos y comenzamos el día de nuevo bajo el sol de la ya avanzada mañana. Café, avena, chocolate, mucha agua… había hasta baños limpios! Y todo gratis.

Tras una interminable subida llegamos a la “cuesta del diablo” una serie de curvas que descienden la montaña  y que nos dejarán en Cerro Castillo. Es un pueblo escondido en las profundidades de un inmenso valle custodiado por el imponente Cerro Castillo, un conjunto de puntiagudas rocas nevadas que como sacado de un cuento haría temblar al más valiente de los caballeros en busca del dragón de 3 cabezas.

Estas increibles curvas nos llevan directamente hasta Cerro Castillo. A la derecha se puede ver la montaña que da nombre a esta Villa.

Estas increibles curvas nos llevan directamente hasta Cerro Castillo. A la derecha se puede ver la montaña que da nombre a esta Villa.

Cerro Castillo. A veces uno va bajando con su bicicleta por lugares como estos, disfrutando de todo, desde el aire en la cara hasta el entorno que te rodea, pero de repente luces como esta te hacen frenar la bici lo más rápido posible para conseguir inmortalizarla.

Cerro Castillo. A veces uno va bajando con su bicicleta por lugares como estos, disfrutando de todo, desde el aire en la cara hasta el entorno que te rodea, pero de repente luces como esta te hacen frenar la bici lo más rápido posible para conseguir inmortalizarla.

Directos a Cerro Castillo. Recorrer estas carreteras te hace sonreir, que no reir. Dulce sonrisa en la cara que se contagia en cadena de rostro en rostro.

Directos a Cerro Castillo. Recorrer estas carreteras te hace sonreir, que no reir. Dulce sonrisa en la cara que se contagia en cadena de rostro en rostro.

En esta primera parte del camino las distancias se alargan entre las villas lo que nos obliga a dormir más días a la vera del camino. Que bonito, dormir en la Patagonia, entre glaciares que visten las montañas y bosques que pintan los valles con sus trajes amarillos y rojos listos para la fiesta del otoño, ríos que bajan alborotados entre piedras y troncos y nalcas y helechos que llenan sus orillas de verde.

Los arboles comienzan a ponerse los trajes de gala para la fiesta del otoño. Rojo, amarillo, naranja y algunos aun de verde visten las montañas de color en estos dias.

Los arboles comienzan a ponerse los trajes de gala para la fiesta del otoño. Rojo, amarillo, naranja y algunos aun de verde visten las montañas de color en estos dias.

Camino a Bahía Murta.

Peter camino a Bahía Murta.

Pero no siempre es tan fácil y sencillo poner una tienda de campaña, a lo largo de todo el camino una valla delimita los terrenos privados que no debes cruzar. A nosotros, los viajeros que miramos la Patagonia con ojos de expectación como si de una obra de arte se tratara, que lo es, otros viven y negocian con ella, repartiéndose miles de hectáreas de bosques cascadas y montañas. Gauchos que nacieron y se criaron en la Patagonia más austral heredaron lo que sus padres y abuelos una vez colonizaron, “yo tengo aquí más de 15.000 hectáreas” me dice Orlando que tiene un aserradero en el valle de los Exploradores. No se si alguien es capaz de poder imaginar lo que significa esa extensión de terreno. Como les sobran las tierras, porque no las pueden atender en su completa extensión, venden por lotes a un precio increíblemente ridículo sus metros sobrantes, que los adinerados de Santiago, la capital, saben aprovechar. Es decir, que una inmensa parte de la Patagonia, por lo menos chilena, está en manos de millonarios inversionistas, y la otra en manos de los pioneros.

Arboles que llegan hasta el cielo.

Arboles que llegan hasta el cielo.

Casas en mitad e la montaña que invitan a la imaginación.

Casas en mitad e la montaña que invitan a la imaginación.

A unos 50 kilómetros de Cerro Castillo, justo a mitad de camino con Bahía Murta, encontramos la casa de Ángel, quien junto con su agradable esposa nos prestan un rincón de su parcela al lado del río para poner nuestra carpa.

Amanecemos blancos, las bicis, las tiendas, la hierva, todo lo que se encontraba fuera de la carpa esta en estado de congelación, mi tienda esta congelada por dentro también, Peter me dice que su termómetro marca una temperatura mínima para esa noche de -6º dentro de la tienda.

Buenos días. Asi amaneció mi bicicleta por la mañana tras una fría noche patagónica de otoño.

Buenos días. Asi amaneció mi bicicleta por la mañana tras una fría noche patagónica de otoño.

Peter se calienta al sol haciendo un poco de yoga. Ha sido una noche muy fría en nuestros hogares de tela.

Peter se calienta al sol haciendo un poco de yoga. Ha sido una noche muy fría en nuestros hogares de tela.

Detalle de mi tienda en la mañana. Mitad al sol de la mañana y mitad a la sombra.

Detalle de mi tienda en la mañana. Mitad al sol de la mañana y mitad a la sombra.

Bahía Murta es una pequeña villa a orillas del lago General Carrera, el lago más grande de Chile, compartido con Argentina (Lago Buenos Aires) y el segundo más grande de Sudamérica después del Titicaca en Bolivia y Perú.

Los colores de este lago General Carrera parecen sacados de un cuadro.

Los colores de este lago General Carrera parecen sacados de un cuadro.

Una inmensa extensión de aguas turquesas y cristalinas que dominan las vistas de esta parte del camino austral. Solo se escucha el crujir de las piedras bajo las ruedas de la bicicleta, no sopla aire, el lago luce como un espejo bajo los rayos de sol. Freno, pongo los pies sobre el camino, observo y escucho. Silencio, ni siquiera el agradable sonido del agua de un arroyo perturba el momento, el silencio de la inmensidad, del espacio. Nunca había escuchado algo tan bien hecho como esto, tan simple y tan difícil de conseguir. No es el silencio de un lugar cerrado, es el sonido del silencio, es el silencio armónico de la Patagonia.

Coyhaique. Parada obligada.

Me encuentro en Coyhaique, una pequeña ciudad ubicada entre montañas de bosques y paredes de roca justo en la mitad de la ya legendaria Carretera Austral.

Ciudad patagona de Coyhaique

Ciudad patagona de Coyhaique llegando desde el norte.

Han sido dos días de reencuentro con el mundo civilizado, de lujos para el cuerpo, dormir sobre un colchón tapado con un esponjoso edredón, una almohada en la que tu cabeza reposa sin tener que ajustarla para que no se te claven las cremalleras del polar que acostumbro a usar en mi pequeño hogar de tela, comidas calientes y cervezas frías, cafés humeantes y tartas de mil sabores. Pero echo de menos mi bicicleta, abandonada bajo el techo de un garaje lleno de leña y cartones.

La llegada a Coyhaique fue una dura jornada de pedaleo por la única parte de la carretera austral asfaltada, el río Mañihuales primero y el río Simpson después acompañan el trayecto entre esqueletos de arboles que fueron quemados en los años 50 para dar paso a la ganadería de los primeros colonos que llegaban a estas tierras. Hoy, kilómetros de verdes praderas húmedas dan de comer a numerosas vacas y ovejas entre gigantescos troncos que recuerdan que un tiempo atrás fueron los dueños de estas tierras.

Casa en Villa Mañihuales.

Casa en Villa Mañihuales.

Paisajes saliendo de Villa Mañihuales hacia Coyhaique.

Paisajes saliendo de Villa Mañihuales hacia Coyhaique.

Mi bicicleta sufrió las consecuencias de los difíciles caminos recorridos en los últimos 500 km de tierra y al llegar a Coyhaique, comenzó a debilitarse como si hubiera tratado de aguantar durante todo este tiempo hasta llegar a un lugar seguro… La parrilla delantera que sujeta las alforjas, se partió por la mitad a escasos 25 km de llegar, y el cable del freno trasero realizó la última bajada de más de 6 km hasta la ciudad con sus últimas fuerzas, y yo sin saberlo, vi como al llegar al lugar donde me hospedo se partió el cable cuando lo apreté para frenar frente a la puerta. Asi que aparte de comer, beber y pasear he tenido que arreglármelas para encontrar los repuestos necesarios para poder seguir adelante.

Lo más complicado ha sido arreglar la parrilla delantera, me ha sido imposible encontrar una nueva en la que gastarme unos ahorros, asi que encontré a Madrid, un viejo hombre de movimientos lentos que parecía ser el mejor soldador de aluminio de la ciudad. Lentamente fue preparando la operación de mi parrilla en su alborotado taller, el suelo de tierra estaba lleno de viejos trozos de metal que pateaba si es que encontraba que su pie necesitaba estar en esa posición, Dos viejos coches, hélices de barco, piezas de vete tu a saber que, pesas de plomo, un destornillador por un lado, la llave del 8 aquí debajo, la radial (o galleta como él le decía) sobre el trozo de madera…todo muy desordenado a ojos desconocidos pero Madrid se movía en su hábitat, y no se aceleraba por nada, todo estaba en su sitio.

Así empezó a soldar mi parrilla de aluminio, tal cual estaba, sin ponerse nada delante de los ojos. Yo tan solo miré un segundo y casi puedo afirmar que aún sigo viendo un punto de luz frente a mi. Madrid trabaja asi siempre, “ponerme algo delante me molesta y no veo lo que estoy haciendo” dice. Yo solo podía pensar en mi cámara de fotos, la visionaba allí, encima de la cama puesta sobre la ropa recién limpita, me estaba muriendo, su mirada atenta sobre el aluminio fundiéndose destelleante sobre su rostro arrugado…aún sigo pensando en ello… Pero como las cosas avanzan muy rápido y ni siquiera uno llega a darse cuenta, noto que tengo mi teléfono en el bolsillo, asi que aprovecho para poder mostraros aunque solo sea una breve imagen de lo que estoy contando. Un soldador llamado Madrid en la Patagonia chilena salvando mi aventura.

Madrid suelda mi parrilla para poder seguir camino al sur. Iphone Photography.

Madrid suelda mi parrilla para poder seguir camino al sur. Iphone Photography.

Madrid suelda mi parrilla para poder seguir camino al sur. Iphone Photography.

Madrid suelda mi parrilla para poder seguir camino al sur. Iphone Photography.

El destino me hizo encontrarme nuevamente con Peter Brother. Aquella persona que un día me encontré comiendo una manzana en el maravilloso parque de los Alerces, en Argentina. Salió de Canadá con su bicicleta y tras mil y una aventuras vividas en el camino cumple conmigo 1 año y 7 meses viajando por América a sus 70 años.

El destino vuelve a juntarme con Peter en las carreteras. Pedalear y compartir con él es todo un privilegio.

El destino vuelve a juntarme con Peter en las carreteras. Pedalear y compartir con él es todo un privilegio.

Llegamos el mismo día a Coyhaique y hemos compartido entre alguna cerveza que otra planes para seguir adelante en nuestra aventura sobre ruedas. No estábamos muy coordinados en un principio, ya que las fechas estaban ajustadas para el recorrido que teníamos previsto.

El invierno en la Patagonia no es  una estación que pasa desapercibida, son muchas las villas que se quedan incomunicadas, y por tanto, muchas personas escapan antes de que lleguen la primeras nieves. Nosotros necesitamos pasar a Argentina antes del 6 de Abril, ya que tras esta fecha, la frontera desde Villa O´Higgins queda cerrada hasta el mes de Octubre. Seguir hacia el sur desde Villa O´Higgins es imposible, ya que se encuentra la inmensa masa de hielo del campo de hielo sur, la más grande del mundo tras la Antártida y Groenlandia. Así que para poder continuar pedaleando si es que el frío me lo permite, tendré que volver a cruzar al país vecino de Argentina.

Peter planificando la ruta hacia el sur. Iphone Photography.

Peter planificando la ruta hacia el sur. Iphone Photography.

Peter termina su viaje ciclista en el Chaltén, pueblo argentino a donde llegaremos tras nuestro cruce fronterizo. De ahí un autobús lo llevará al Calafate, y de ahí un avión le llevará hasta Ushuaia, para volver después a Buenos Aires y desde la capital argentina volar de nuevo a Toronto. Tras estos días en Coyhaique hemos llegado a la conclusión de que viajaremos juntos en estos últimos kilómetros de su viaje por tierras salvajes, es un honor para mi acompañarle en esta última etapa de su aventura.

Yo, continuaré.

No todo el monte es orégano…

Comienzo a pedalear por la emblemática Carretera Austral. Un camino de ripio que recorre Chile longitudinalmente durante 1240km desde Puerto Montt hasta finalizar frente al campo de hielo sur en Villa O´Higgins. Yo me incorporo a esta Ruta 7, oficialmente llamada así, en el pequeño pueblo de Villa Santa Lucia tras haber realizado el cruce fronterizo desde Argentina al pueblo de Futaleufú.

Comienzo a pedalear entre obras que realizan el mantenimiento de la carretera , por lo que estos primeros kilómetros de ripio austral se me hacen bastante poco llevaderos entre camiones que transportan tierra y coches que trasladan a los trabajadores. Están ensanchando esta parte de la carretera, y en 5 años se pretende tener asfaltado todo este tramo, por lo que en el fondo aun soy un privilegiado de poder pedalear sobre este histórico ripio tan conocido a nivel mundial.

Una vez pasado el pueblo de la Junta, donde hago noche, las obras se terminan y continúo con mi soledad rumbo al sur. Un sube y baja de camino pedregoso me lleva entre lagos y montañas hasta el pueblo de Puyuhuapi, un pequeño pueblo pesquero a orillas del fiordo Puyuhuapi ,actualmente más conocido por sus termas.

100% Carretera Austral. entre Nalcas y Helechos gigantes me dirijo hacia el pueblo de Puyuhuapi.

100% Carretera Austral. entre Nalcas y Helechos gigantes me dirijo hacia el pueblo de Puyuhuapi.

La sensación que me causó este pequeño puerto no fue de gran expectación, el abandono de todo lo que encontraba a mi paso me hizo perder la magia patagónica que hasta este momento estaba viviendo. Quizá sería porque como por aquí se dice, se acabó la temporada, es decir, no vienen más turistas hasta el verano que viene. Muchas de las casas mantienen una construcción típica a base de tejuela sobre una construcción moderna, otras mantienen de forma vistosa la antigua construcción, y otras muchas han sido victimas de las inclemencias de tiempo típicas de esta zona y se ven gravemente afectadas. No hay movimiento en las calles, tan solo en la plaza, el encargado de los jardines, se empeña con gran esmero en mantener todo limpio y ordenado. No se su nombre, pero tenia el jardín impoluto, y muy buena voluntad.

Me pongo a buscar un lugar para dormir, ya que parece que las nubes empiezan a oscurecer el cielo acompañadas de un viento cada vez más agitado. En la oficina de turismo una chica me saluda mientras mira su ordenador. Le pregunto que ver, donde dormir que hacer…y ella sin quitar apenas ojo de la pantalla me responde sin ningún interés señalándome la abarrotada pared llena de posters donde se publicitaban los hospedajes. Debe de ser que estamos fuera de temporada y ya no importamos los visitantes…Decido recorrer con mi bicicleta aun cargada de alforjas las calles en busca de un lugar que me de buena vibración…solo veo dos en los que por lo menos le ponen atención al orden y limpieza, pero no son campings y se me escapan de presupuesto. Recorro la costanera, aquí en Chile es siempre la avenida que recorre la costa, un camino de tierra con botes abandonados al lado del mar, y casas y campings prácticamente en el mismo estado al otro lado del camino. Cada uno de los campings que encuentro está en peores condiciones, asi que finalmente me decanto por el más barato. Dormiré bajo un techo de plástico, que aunque hace mucho ruido al volarse por el aire que a esta hora ya a aumentado bastante, seguro que me protege cuando comience la lluvia.

El baño es en la misma casa del chico que lo atiende, un baño que no ha sido atendido en toda la temporada de verano, y el lugar destinado a cocina no tiene mejor comentario. Por lo menos tiene una vieja cocina de leña donde poder hacer fuego.

Ha estado toda la noche diluviando entre rachas de viento muy fuertes, lo que ha provocado que no pegara mucho ojo, ese plástico que me ha salvado la vida, por decir algo, no ha hecho más que pegarme unos sustos espantosos toda la noche. Son las 8:30 de la mañana y alguien me llama, yo dormido emito un gemido para saber que pasa, es el chico que atiene el camping.  “Es que me tengo que ir a trabajar, es para que me pagues y por si quieres usar el baño por que lo tengo que dejar cerrado” increíble, no me lo podía creer, asi que salgo de la tienda, aún lloviendo, con una humedad y frío típicas de las mañanas patagónicas y le pago los 2500 pesos. “¿y el baño lo vas a usar?” me dice.

Hago fuego de nuevo en la cocina (le llamo cocina pero no tenía más que un techo y tres paredes) para intentar sacarme la humedad y el frío del cuerpo. Me visto con lo que creo más conveniente para enfrentarme a la lluvia y me subo a la bicicleta.

Esperando en el camping de Puyuhuapi un claro para salir y enfrentarme a la lluvia.

Esperando en el camping de Puyuhuapi un claro para salir y enfrentarme a la lluvia.

Enfrentarse a un diluvio es siempre un paso difícil de dar, por un extraña razón el ser humano odia mojarse con la lluvia, y evita bajo todos los medios sentir su piel mojada. Ésta lucha contra el agua siempre tiene unos procesos que has de ir pasando sin apenas darte cuenta.

El primero de todos es la preparación. Para ello te vistes, piensas como será mejor, esto asi, esto por aquí y así quedas listo para ponerte finalmente bajo la lluvia. Este estado de confort que produce el aislamiento con la humedad exterior, dura, dependiendo de la calidad de la ropa que hayas usado y de cómo te la hayas puesto, aproximadamente una o dos horas máximo. A partir de este momento empieza la incomodidad, comienzas a sentir las primeras filtraciones, en los pies, los hombros, la cintura… es el momento en el que dices, menuda porquería me he comprado! Me voy a comprar uno mejor la próxima vez…y este paso no dura mucho porque cuando las primeras filtraciones de agua en tu cuerpo empiezan a adquirir tu calor corporal empieza a importante menos estar mojado, y este proceso evoluciona al momento en el que ya no sabes que es lo que esta mojado y que no, es en este momento es cuando ya estas entregado totalmente a la lluvia y te da igual, comienzas a formar parte del mundo salvaje y te gusta, el agua te gotea por la cara, por las manos, tus pies hacen ruido al moverlos dentro de tus zapatos y te da igual pasar por encima de un charco. Mientras te mantengas en movimiento y no haga mucho frio o aire, en este estado se puede aguantar mucho tiempo.

Bordeando las aguas del pacífico me dirijo hacia el sur. Un tramo de la Carretera Austral especialmente bonito. Desde Puyuhuapi hacia El Parque Nacional de Queulat.

Bordeando las aguas del pacífico me dirijo hacia el sur. Un tramo de la Carretera Austral especialmente bonito. Desde Puyuhuapi hacia El Parque Nacional de Queulat.

Subiendo la cuesta de Queulat empapado hasta los huesos. Es camino es especacular.

Autoretrato subiendo la cuesta de Queulat empapado hasta los huesos. Es camino es especacular.

Lo mejor de haber pasado todos estos procesos es el momento en el que llegas a un techo, hay fuego, una ducha con agua caliente, café o té, dulces, ropa seca…ese era mi gran problema este día. Había salido de Puyuhuapi a las 11:00 y eran las 17:30 cuando por fin, tras haber subido y bajado la interminble cuesta de Queulat, había llegado al cruce de asfalto de Coyhaique y Puerto Cisnes. A 60 km de puyuhuapi. Desde ahí hasta el siguiente pueblo me quedaban 35km más, y ya tenia hasta los huesos en remojo. Lo que me preocupaba no era pasar la noche, era la mañana siguiente cuando no tuviera nada que ponerme seco y tener que seguir pedaleando con todo congelado. A si que tras parar en una parada de autobús techada para valorar la situación de quedarme, y preguntar en una casa que había en el camino si me podían dar un techo y ofrecerme una especie de pajar en ruinas con cosas podridas dentro, continué bajo la lluvia que caía incesante y consistente sobre mi pequeño cuerpo empapado.

A las 20:20 prácticamente noche cerrada, veo aparecer unas luces tras unos árboles, si, lo había conseguido, estaba en Villa Amengual, tras 93km de pedaleo bajo la lluvia tenía mi ducha de agua caliente, mi cena humeante, y mi tienda de campaña bajo un techo.

Amanece diluviando como el día anterior, mis animos se vienen abajo un poco, solo de pensar que me espera otra jornada como la de ayer se me pone la piel de gallina…pero me tomo un café calentito, compro pan amasado recién hecho en la casa de enfrente que hace una señora y comienzo a ver la vida con otros ojos. Asiq comienzan los procesos de enfrentamiento a la lluvia. Hoy tengo por delante 60km de asfalto para llegar a Villa Mañihuales, de donde no tengo pensado continuar hasta por lo menos mañana.

La lluvia sigue ofreciendo hermosos paisajes de los que disfrutar.

La lluvia sigue ofreciendo hermosos paisajes de los que disfrutar.

Quiero pasar cuanto antes este trayecto de carretera, por lo que salgo como si de una contrareloj se tratara. Voy al límite de mis fuerzas todo el camino, intento mantener la media de velocidad lo más alto posible, pedaleo sin descanso haciendo caso omiso de la lluvia que golpea mi cara, no me importa, hoy he partido el día integrado en la vida salvaje y no me importa el agua que corre por mi espalda, solo pienso en llegar…ya me falta menos, bien otra bajada! pedaleo con todas mis fuerzas, ahora hacia arriba, paciencia y sin pausa. Cuando miro el cuenta kilometros ya llevo 30Km en hora y media, asi que me merezco un descanso. Bajo el techo de una parada de autobús me como un par de panes amasados ya frios con queso y continuo camino antes de perder la temperatura. Otra subida, estoy bajando la media de velocidad. Paredes de roca inmensas protegen la carretera del viento. Otra bajada, yujuuuuu. Solo me quedan 10 km y esta despejando. Sale el sol, se seca la carretera al instante. comienzo a ver valles con casas, animales, cultivos y llego a Villa Mañihuales. He terminado los 60 kilómetros en 2 horas 45, tiempo récord!

Lo primero que hago a es parar a tomar un café caliente, y pregunto por el Cazador de Ciclistas. A lo largo de la ruta, fueron varios los ciclistas que me advirtieron sobre esta persona de Mañihuales, un hombre que se dedica a hospedar a todos los ciclistas que pasan por esta villa de la carretera austral. «Dos cuadras hacia allí, doblas hacia arriba y dos cuadras más la casa de la esquina.» Me paro delante de la casa, en una ventana pone escrito «Repuestos y reparación de bicicletas» y más pequeño «Cazador de ciclistas», no hay duda, es aqui. A los segundos de estar parado sale un hombre de cara sonriente a saludarme, sin duda es Jorge, el ya famoso en la ruta austral como «cazador de ciclistas» no me da tiempo apenas a saludarlo que ya estoy entrando en su casa. Esto es el baño, esta la cocina, aqui tienes gas, pon por aqui la bicicleta si quieres, ahi hay herramientas por si necesitas, en el patio hay leña, cuidado con los perros que te van a estar hueveando todo el rato, nosotros no vamos a Aysén a ver un familiar, ella es Diana mi esposa, volvemos en la noche te quedas de dueño de casa chao, acomódate y conviértete en patagón. No pude casi ni abrir boca cuando ya habían arrancado el coche y se estaban yendo con sus dos hijos. Me acomodo entre repuestos y viejas bicicletas, hago fuego, pongo todo a secar, me hago un té y comienzo a leer el libro de vivitas que tiene sobre la mesa. Un sin fin de viajeros ciclistas firmaban y agradecían su hospitalidad.

Este es el lugar de inigualable magia austral en Villa Mañihuales.

Este es el lugar de inigualable magia austral en Villa Mañihuales.

Preparándome el esperado té.

Preparándome el esperado té.

 

 

 

Rincones con repuestos en casa de Jorge.

Rincones con repuestos en casa de Jorge.

Rincones con repuestos en casa de Jorge.

Rincones con repuestos en casa de Jorge.

Siempre queda algo de orégano por encontrar, tras dos dias de intensa humedad, ahora escucho caer la lluvia sobre el tejado de una casa, caliento mis pies en el fuego y se me empañan las gafas al soplar el té caliente que sostengo en la mano mientras escribo un nuevo post.

Vivir en la Patagonia

Ríos, montañas y bosques. Un verdadero paraíso para descubrir.

Ríos, montañas y bosques. Un verdadero paraíso para descubrir.

Salgo tarde de Futaleufú, un pueblo que atrapa al viajero por la cuidada y acogedora estética de sus casas fabricadas en tejuela. Desde aquí no existe más el asfalto, un camino de ripio te lleva entre los valles color verde custodiados por inmensas montañas que se esconden bajo densos glaciares.

Pedalear por este lugar parece ser el mejor medio de transporte, puedes observar cada uno de los cuadros que el camino ofrece a cada pedalada. El único inconveniente es cuando un coche cruza tu camino, son pocos los que tienen la intención de levantar el pie del acelerador, otros incluso parece que acelerasen al pasar por tu lado y tras una pequeña lluvia de piedras que saltan alegres al paso de las ruedas, una nube de polvo cubre el camino por algunos segundos…a veces minutos.

Salir tan tarde de Futaleufú me permite disfrutar de una cálida luz en el camino, las casas de madera que voy dejando atrás echan humo por la chimenea, y son pocas las personas que encuentro en el camino. Empiezo a pensar que en algún momento tendré que parar de dejarme llevar por la ilusión de pedalear bajo la luz del atardecer y buscar un lugar donde pasar la noche, a ambos lados del camino una valla me impide poner la tienda en un lugar tranquilo por lo que continuo avanzando sobre el ripio con la esperanza de encontrar un rincón más adelante.

Unos hombres trabajan en la recolecta de la avena, charlan sentados sobre su vieja cosechadora, me paro y hablo con ellos. Pregunto si saben donde podría poner mi tienda por aquí, y uno de ellos, Poli, me dice “pasa esa tranquera de ahí y ponte donde quieras” Me estaba invitando a pasar a su casa. El otro hombre es su padre, Miguel,  bromea todo el rato, al final me dice “ponte cómodo y luego pasamos a tomar unos mates”

Miguel y su hijo Poli cosechan la avena en los valles de Futaleufú

Miguel y su hijo Poli cosechan la avena en los valles de Futaleufú

Nora es la mujer de Poli, al entrar en la parcela me la encuentro recolectando verdura en su huerto para la cena. Hablamos como si ya nos conociéramos de toda la vida, me muestra sus verduras, me explica esto y lo otro, “aquí si uno no sabe hacer algo, pues se queda sin probarlo” me dice. Me invita a pasar a la casa, un hogar sencillo pero muy bien ordenado, de madera, una cocina de leña es el centro de atención en el salón cocina. Un tenderete de colgar la ropa se encuentra sobre el calor del fuego, una mesa con cuatro sillas están hechas artesanalmente.

Nora recoge todos los ingredientes parta una gran cena.

Nora recoge todos los ingredientes parta una gran cena.

Nora se dirige al calor de la casa con las manos llenas de cosas.

Nora se dirige al calor de la casa con las manos llenas de cosas.

Hoy cenamos gallina.

Hoy cenamos gallina.

Nora comienza a lavar las verduras para preparar la cena, a mi me pone a desgranar un cubo lleno de guisantes. Tiene dos hijos, Eliana de 12 y David de 13, que hoy han sido invitados a descender el río Futaleufú en kayak en el día por una Patagonia sin represas. Futaleufú es el tercer mejor lugar del mundo para el descenso de rápidos, y aficionados de todo el mundo acuden a este río para ponerse a prueba en sus aguas salvajes.

Normalmente son David y Eliana los encargados en ir a guardar las ovejas a su cuadra, ya que por la noche los pumas y zorros son capaces de dejar a esta familia sin cordero al palo durante todo el año. Como no han llegado todavía nos toca a Nora y a mi salir en su busca, asi que allá vamos, monte arriba pegando gritos y silbidos en busca de las ovejas. Lo bueno que tienen es que en cuanto una corre todas van detrás, y lo increíble es que ellas solas corren hacia su corral y se meten dentro! Asi que solo hay que salir para recordarles que se tienen que ir a su casa.

De regreso a la casa con los pies llenos de caca de buey, la olla ya está hirviendo sobre la cocina de leña. Una gallina, acelgas, zanahoria, guisantes, patatas, tomate verde…”y todo natural de la casa” me insiste Nora.

Los niños han llegado, directos a la ducha, todo el día en las frías aguas del río Futaleufú los ha dejado helados. Se sientan junto a la cocina de leña con los pies descalzos, y le piden a la madre infusión de rosa de mosqueta, su favorito. Su madre ya se lo había puesto sobre la cocina por lo que no tuvo más que servírselo. Poli también llega a casa, se sienta junto a los niños al calor del fuego. Mientras tanto yo termino de desgranar mi cubo de guisantes. Las pelas por un lado para las gallinas, los guisantes por otro. No se desprecia nada, todo se aprovecha para algo, las sobras de comida para los cerdos y las gallinas, el resto de basura, que es muy poca, como no es nada plástico se pone para quemar en el fogón.

Es un orgullo tremendo para mi compartir la mesa con esta familia, los observo admirado mientras la mama termina de preparar la cena, el papa abraza y besa a su hija Eliana mientras David le cuenta como consiguió pasar una ola gigante del río.

No sentamos a la mesa, el papá bendice la comida dando gracias por acompañarlos esa noche, y disfruto de la mejor cena del mundo mojando el pan casero en la salsa del plato.

Hoy la mesa tiene un plato más. Poli, Nora, Davis y Eliana comparte su cena conmigo.

Hoy la mesa tiene un plato más. Poli, Nora, Davis y Eliana comparte su cena conmigo.

A las 8:00am ya hay movimiento fuera, bajo unas gotas de agua que están cayendo esta mañana Poli se calza las botas para salir a atender a los animales. A los 10 minutos es David el que sale con una garrafa vacía en la mano. Se calza las botas, que también deja en el porche de afuera, y se va a ordeñar las vacas. A mi me cuesta un rato más salir de mi tienda de campaña que tengo puesta frente a la casa, pero finalmente me decido a salir y afrontar la húmeda mañana patagónica que me espera afuera. Entro a la casa donde Nora ya está en la cocina con las manos en la masa, y nunca mejor dicho, está preparando pan para desayunar. “Aquí como ves no se para de trabajar” me dice, y yo con cierta envidia, la observo.

Los perros siempre cuidan de mi tienda, lo único malo es que siempre la mean para marcarla. pero con esta imagen, no hay quien se enfade con ellos.

Los perros siempre cuidan de mi tienda, lo único malo es que siempre la mean para marcarla. pero con esta imagen, no hay quien se enfade con ellos.

Así es vivir en la Patagonia, en un lugar donde la gasolina y los comercios se encuentran a más de 100km de camino de ripio, la subsistencia y las comodidades se encuentran en las manos de cada uno. Me voy feliz de la casa, con cuatro panes recién hechos bajo el brazo, y pedaleo de nuevo por los valles que me llevan hasta la ruta 7, la Carretera Austral, imaginando que estará pasando en cada una de las casas que veo en mi camino. Solo el humo de sus chimeneas, la oscura madera húmeda del exterior, o la aparente vida sencilla, dan pié a una armonía que quizá, también te acerque un poco a la felicidad.

Paisajes milenarios.

Han sido dos días muy productivos en el Bolsón, a pesar de no haberme movido casi de la casa de Patricia más que para ir a comprar comida, siento que lo compartido con Pierluigi y Melissa me ha enseñado otro poquito acerca de la felicidad. En el post anterior escribí los datos de su blog para conocer un poco más de su filosofía.

Alegría tras conseguir arreglar su cocina en el patio de la casa de Patricia.

Alegría tras conseguir arreglar su cocina en el patio de la casa de Patricia.

El Bolsón tiene la esencia de lo auténtico, de lo primariamente importante para vivir en armonía con el medio que lo rodea. Un simple hecho que me sorprendio  sobremanera, fue que los niños del vencindario juagaban en la calle. Uno salía de su casa y llamaba a la puerta de su amigo vecino, “¿puede salir Martin a jugar?”  preguntaba, y allá iban los dos a buscar a Oscar que vivía en la siguiente casa, y asi hasta que estaban todos juntos disfrutando de la calle. El juego del momento eran los arcos y flechas, asi que con gran inventiva se habían fabricado con palos y un hilo de pescar unos arcos que sorprendentemente lanzaban sus flechas de rama de árbol sin punta a unos cuantos metros de distancia, y no veas la puntería que tenían! Parece que no existe la dependencia digital aun.

Nuestro joven vecino de El Bolsón juega con su artesanal arco hecho de ramas e hilo de pescar.

Nuestro joven vecino de El Bolsón juega con su artesanal arco hecho de ramas e hilo de pescar.

Es martes por la mañana y hemos decidido partir. Patricia y Oscar no llegarán hasta mediodía asi que parece que me quedaré sin conocer a la dueña de la casa donde me encuentro. Desayunamos juntos sentados en la cocina de Patricia y después cada uno preparará sus alforjas. Pedalearemos hacia lugares opuestos, como siempre hasta ahora, vuelvo a darme la espalda con la gente que me cruzo en el camino, parece que soy el único que se dirige hacia el sur, en contra del invierno que se acerca, todos huyen a favor del sol, al norte.

Salgo del Bolsón renovado por completo, siento que mi cabeza empieza ya a estar completamente metida dentro de un viaje y eso no es fácil de conseguir, asi que me siento feliz. Las fueras de El Bolsón son muy acogedoras, casas de madera escondidas entre árboles que ya tienen una historia, coches antiguos que circulan con conductores mucho más jóvenes, árboles frutales aquí y allí, artesanía, y un ambiente limpio. Pedaleo a la sombra de los árboles pensando a saber en que, he adoptado la postura de poder pedalear casi por horas sin darme cuenta que lo hago. Comienzo a soñar despierto, pienso en esto y luego en lo otro…es como esos pensamientos que te llegan a la cabeza justo antes de quedarte durmiendo la siesta, solo que pedaleando. No es fácil conseguirlo, a veces vuelvo a la realidad en 15 min a veces en 30 y a veces puede pasar más de una hora…

El caso es que me encontraba en unos de estos momentos en los que mi cabeza estaba sobrevolando la carretera por la que mi bicicleta rodaba tranquilamente cuando de pronto escucho una voz que dice…”¿Juan?” un hombre barbudo esta parado con su coche en el arcén contrario, lo acompaña una chica de largo pelo negro. Son Patricia y Oscar! Los dueños de la casa en donde me he estado alojando durante dos días en El Bolsón. Cruzo la carretera para saludarlos y conversamos, como siempre en los arcenes, sobre viajes y aventuras. Son una pareja excepcional, la mirada de Oscar es tranquila, su gesto sereno, y su barba y pelo alborotado. Patricia tiene una mirada enérgica, piel curtida por el sol y una pasión infinita por viajar. Nos despedimos como siempre en el arcén, y también como siempre, volvemos a darnos la espalda, cada uno por su camino, pero no por su destino.

Me dirijo hacia Cholila, un pequeño pueblo enclavado en las faldas de la cordillera Andina y puerta de entrada al  Parque Natural de los Alerces,  una extensión de más de 260.000 metros cuadrados de lagos y bosques de Alerces milenarios.

Camino a Cholila recorro solitarias carreteras con viento llenas de encanto.

Camino a Cholila recorro solitarias carreteras con viento llenas de encanto.

Guardando el ganado en el terreno. Camino a Cholila me entretengo hablamdo con la gente que me voy encontrando en el camino.

Guardando el ganado en el terreno. Camino a Cholila me entretengo hablamdo con la gente que me voy encontrando en el camino.

Al llegar a Cholila me acerco a la estación de bomberos para preguntar por Leonilda, una señora que acogió con gran hospitalidad a mis amigos italianos unas semanas atrás y que quiero saludar. Dos minutos después de conocerla me dice, “¿quieres ir a casa a dormir? “Asi que allí me dirijo mientras ella acaba su turno de guardia en la estación. Hoy le toca hasta las 00:00 y mañana entra en la mañana temprano a su trabajo, en el centro médico del pueblo, después, en la noche, vuelve a su trabajo voluntario como bombero.

Vanesa se dedica ha hacer las tareas para el colegio mientras Josefa conversa conmigo tranquilamente.

Vanesa se dedica ha hacer las tareas para el colegio mientras Josefa conversa conmigo tranquilamente.

En la casa me reciben Josefa y Vanesa, dos de sus cinco hijas que viven con ella y su marido José. También un hermano mayor suyo que esta sordo. Me invitan a pasar, y mientras Vanesa de 13 años realiza las tareas para la escuela, Josefa de 16 años me da conversción como si de una persona mayor se tratara. Monto mi tienda en el patio trasero, sobre una hierva perfectamente cuidada, y en un quincho techado con mesas y sillas tengo espacio más que suficiente para preparar mi cena tranquilamente. Me sorprende tanto la hospitalidad y sobre todo la naturalidad con la que realizan este tipo de gestos. La vida rural ofrece una seria de actitudes hacia el desconocido que no tienen nada que ver que no lo que civilización podría ofrecer, la forma en la que una adolescente de 16 años me trata al llegar a su casa me cohíbe, no se reaccionar con normalidad ante tanta naturalidad hospitalaria, y vuelvo a aprender otro poquito sobre felicidad, sobre humildad.

El marido de Leonilda conversa conmigo en la mañana mientras preparo mis alforjas.

El marido de Leonilda conversa conmigo en la mañana mientras preparo mis alforjas.

Con el frío de la mañana pedaleo en busca del sol entre valles que me llevan hacia el Parque Nacional de los Alerces, casi desconocido por el turista, pero con un encanto geográfico digno de las mejores guías de viajes. Entro por el norte encontrándome con el lago Rivadavia en primer lugar, tras unos kilómetros entre bosques de Alerces milenarios encuentro el lago Verde.

Verdes valles camino al parque nacional de los Alerces

Verdes valles camino al parque nacional de los Alerces

Una cantidad infinita de ríos alimentan el cauce de los lagos formando en ocasiones verdosas cascadas que caen entre los Alerces. Dormir a la orilla de cualquiera de estos lagos es una experiencia casi de ficción, por lo que decido pasar dos noches bajo las estrellas y los árboles de este Parque Nacional argentino.

Recorriendo los caminos del parque nacional de los Alerces entre milenarios Alerces.

Recorriendo los caminos del parque nacional de los Alerces entre milenarios Alerces.

Playas del lago Rivadavia en el Parque Nacional de los Alerces.

Playas del lago Rivadavia en el Parque Nacional de los Alerces.

Descansar bajo los arboles tras bañarse en las limpias aguas de este lago es algo indescriptible.

Descansar bajo los arboles tras bañarse en las limpias aguas de este lago es algo indescriptible.

Campamento armado al atardecer en el Parque Nacional los Alerces. Hogar, dulce hogar.

Campamento armado al atardecer en el Parque Nacional los Alerces. Hogar, dulce hogar.

En un lugar mágico como este solo se puede encontrar personas con una especial energía. Primero fue Peter. Me lo encontré sentado a un lado del camino comiendo una manzana que había recogido de algún árbol y mirando al infinito a través del lago Verde. Su bicicleta, repleta de bolsos, estaba apoyada al lado suyo también. Con sus 70 años de edad Peter venia pedaleando desde su país natal, Canadá, se había jubilado una semana antes de partir el viaje, y desde entonces, un año y unos meses, había vivido mil y una aventuras que jamás le habían hecho dejar de mirar al horizonte más lejano para continuar, así me lo contaba cuando me explicaba que le habían robado la bicicleta en Lima, Perú, y que después de muchas vueltas consiguió armarse otra para continuar su viaje. Este es su blog para los que quieran conocerle un poquito más, ahora es profesor de Yoga y desde siempre, un viajero incansable. www.yogipeter.com

Peter Brother partió de Canada con su bicicleta, se dirige al sur.

Peter Brother partió de Canada con su bicicleta, se dirige al sur.

El segundo fue Gabriel. Este chico de 19 años apareció de entre los árboles con su gran mochila y su guitarra a la espalda en el momento más oportuno. Compartimos una noche de fuego y estrellas a las orillas del lago Futalaufquén en la que hablamos de felicidad y espiritualidad, cocinamos típicos platos de viajero y cantamos, bueno en realidad cantaba él, porque yo lo hago bastante mal, y además porque eran canciones que el mismo había compuesto y yo evidentemente no me las sabía. Asi que descubrí a este joven talento que llevaba ya 2 meses de viaje por el sur de Chile y Argentina en solitario, y que me prometió que al regreso a Santiago, grabaría todas esas canciones que me tocó en este concierto privado y que nunca había sacado a la luz. “Polilla Vendada” es su nombre artístico y “El ruidoso imperio del egoísmo” su banda de rock.

Gabriel, de nombre artístico Polilla Vendad, toca para mi al calor del fuego.

Gabriel, de nombre artístico Polilla Vendad, toca para mi al calor del fuego.

Gabriel prepara su mochila bajo el sol de la mañana.

Gabriel prepara su mochila bajo el sol de la mañana.

Una especial conexión me unió a este tranquilo chico Santiaguino que pausadamente y con un delicado cariño guardaba todas sus cosas en su mochila nuevamente bajo el sol de la mañana. Quise hacerle un regalo, y como observé la noche anterior que no tenía navaja, le regalé este símbolo de todo amante de las aventuras y los viajes, una navaja que había comprado en Zermatt, Suiza, unos 4 años atrás. Estoy seguro de que la cuidará mucho y que desde luego se convirtió en su nuevo amuleto de viaje.

Ahora me encuentro en Futaleufú, un pequeño pueblo chileno de casas cuidadas a orillas del río con mismo nombre que orilla la frontera con Argentina.

Camino al paso fronterizo que me llevará a Chile, el paso Futaleufú.

Camino al paso fronterizo que me llevará a Chile, el paso Futaleufú.

Vallejo Lirio cuida una chacra (granja) en el camino hacia el paso fronterizo de Futaluefú.

Vallejo Lirio cuida una chacra (granja) en el camino hacia el paso fronterizo de Futaluefú.

Este pueblo me cautivó al llegar, pero no fue esa la razón por la que siga aquí. Tras 200 km de camino de ripio, 100 de ellos en muy mal estado, dejaron mi bicicleta lista para una buena reparación. La parrilla delantera que sujeta las alforjas estaba a punto de caerse, y la rueda trasera cada vez bailaba más al dar vueltas. A si que me dirigí al taller de Juan Carlos para una buena puesta a punto, y como todo es magia durante un viaje, aquí comenzó una nueva historia.

Juan Carlos me arregla la bicicleta sin perder nunca la sonrisa y el buen humor

Juan Carlos me arregla la bicicleta sin perder nunca la sonrisa y el buen humor

Durante más de tres horas Juan Carlos y Hernan pusieron mi bici a punto con el mejor buen humor que hubiera podido imaginar. Compartimos risas, cervezas, y un poco de suciedad en las manos y la bici quedo lista para afrontar los más de 1000km de camino de tierra en mal estado que me quedan por delante. Como ya era tarde para salir Juan Carlos me invitó a dormir en su casa, otra vez la hospitalidad vuelve a cohibir mi naturalidad, y para limpiar mi conciencia acepto a cambio de que me deje comprar la cena a mi. Costillas en el horno y botella de vino abierta, comparto la noche con el rey de la turca en Futaleufú.

En el pueblo de Futaleufú Juan Carlos es el rey de la tuerca y me ayudo a dejar mi bicicleta como nueva!

En el pueblo de Futaleufú Juan Carlos es el rey de la tuerca y me ayudo a dejar mi bicicleta como nueva!

En casa de Juan Carlos preparando las costillas junto a Hernan, su amigo.

En casa de Juan Carlos preparando las costillas junto a Hernan, su amigo.

Afronto una nueva parte del camino que conforma todo un mismo viaje, he llegado a Chile para recorrer la carretera que termina al chocar con el campo de hielo sur, la Carretera Austral.