El viento me hace agachar la cabeza, el sol golpea mi espalda con intensidad y avanzar hacia el infinito de la carretera se hace difícil. Finalmente, agotado, llego a Santa Cruz.
Tras unos días de descanso en un agradable hostel de la ciudad, cargo a Makalu de nuevo para dirigirme hacia Cochabamba. Voy dejando a mis espaldas la provincia de Santa Cruz mientras mis pedaladas me llevan hacia el altiplano, las montañas, la inmensa cordillera de los Andes.
Las llanuras se van ondulando para convertirse en pequeñas montañas por donde pedaleo entre sus valles. Las primeras subidas me hacen entusiasmarme por el entorno, el viento lo dejé atrás, los horizontes eternos también.
Ahora la expectativa de lo que habrá en la siguiente curva me hace estar siempre atento y motivado.
Las montañas cada vez se van haciendo más grandes, las subidas también.
Subo durante horas, bajo menos tiempo, cruzo el río que atraviesa el valle, y de vuelta a subir.
Estoy siguiendo la antigua ruta entre Santa Cruz y Cochabamba, y el asfalto no abarca todo el recorrido. He llegado a Comarapa, último pueblo hasta donde llega el asfalto. Compro pan en un pequeño negocio que ofrece cosas de comer, pan y peluquería a la vez. Ana, la mujer que me atiende me pregunta de donde vengo y a donde voy. – Si necesitas un lugar para descansar yo tengo un cuarto vacío- me dice tímidamente al final. Así que antes de enfrentar las grandes subidas de tierra que me llevarán a Cochabamba, descanso sobre un colchón en la peluquería/panadería de Ana.
El viento ha vuelto en el momento más inoportuno, El asfalto se ha terminado y las subidas se han vuelto interminables… entre los valles se estruja para pasar rebotando por las montañas y levantando inmensas olas de polvo que me envuelven en mitad del camino.
Avanzo despacio, a veces me bajo de la bicicleta obligado por las fuertes rachas de viento, me tapo la cara mientras siento como las piedrecitas del camino golpean mis piernas y se meten por todos los lugares de mi ropa. Algunos coches y pequeños camiones pasan por mi lado levantando más polvo.
En lo alto de estas montañas, a 3800 msnm, se encuentra el pueblo de Siberia. Un pequeño conjunto de casas que se esconde entre la permanente niebla que cubre la montaña. Un extraño fenómeno meteorológico hace que las nubes acaricien continuamente esta zona montañosa transformando radicalmente el clima.
Un hombre que encontré en el camino con su coche estropeado por las piedras del camino me dijo – una vez que atravieses esas montañas, la gente cambia por completo- Había oído hablar a lo largo de mis días por Bolivia de la diferencia entre las personas que viven en la zona oriental y la gente que vive en el altiplano y las zonas rurales de altura. No sabía que podría esperar, pero no le di demasiada importancia.
De repente me encuentro inmerso en la niebla. Hace frio y el paisaje cambia por completo. El camino me hace recordar mis días pedaleando por la Patagonia, bosques de inmensos árboles abrigados por el musgo y ríos de agua pura que bajan entre piedras. He perdido la referencia del camino, no se cuanto me queda para llegar a lo más alto y como en una pequeña burbuja de nubes subo y bajo por el camino. La humedad empapa mi ropa y alforjas pero el camino continua levantado arena con las fuertes rachas de viento que continúan soplando y que se pega ahora por todas partes de mi bicicleta y ropa.
Hace frío. La noche no va a ser fácil en estas condiciones y busco un lugar para poder protegerme del viento, el frio y la humedad. En un pequeño pueblecito me dejan una pequeña construcción de adobe que en su día se utilizó como almacén de cebollas y en donde cabemos justos Makalu y yo. Pongo el suelo de mi tienda de nylon como puerta sujetándolo con unas piedras, el techo es de metal, y esta noche la tormenta lo hace vibrar, moviendo las piedras que lo sostienen. La lluvia golpea fuertemente empujada por el viento, mi puerta de tela se zarandea como una vela queriendo salir a volar al viento, pero estoy agotado, y duermo.
Amanece soleado, como si nada hubiera pasado la noche anterior. Hace frio, desayuno, me abrigo y me tiro cuesta abajo con la bicicleta.
Viajar en bicicleta me ofrece la oportunidad de recorrer lugares por donde probablemente sea la primera persona extranjera en saludar. Pequeños pueblos que pasan desapercibidos para los vehículos que los atraviesan levantando polvo, pero que para mi, pueden convertirse en un hogar para pasar la noche.

Los niños del colegio de un pequeño pueblo observan cada movimiento que hago al descubrir que estoy durmiendo en su gimnasio.
Siento algo diferente en el ambiente, en la gente. Me cuesta encontrar sonrisas en el camino, y a cambio las miradas se vuelven desconfiadas. Entro en una tienda para comprar comida y me mandan a la de enfrente. Pregunto por algo y me mandan a preguntar a otro lado. Los saludos de buenos días pocas veces son correspondidos más que con miradas fijas. Los niños se esconden a mi paso, y eso ya me preocupa más.
Me acuerdo entonces del señor… tenia toda la razón.
No sabría explicar bien cual es el motivo del rechazo, pero se me hace muy difícil poder conversar de alguna cosa, y ni que decir tiene de sacar alguna fotografía. No son desde luego todas las reacciones asi, si una gran mayoría.
Pero es parte del viaje, de la experiencia, y continuo mi camino feliz. Observo las imágenes que el camino pone delante de mi, las guardo como tesoro dentro de mi, porque la experiencia de un camino nunca nadie me lo puede quitar, me da pena no poder compartir con vosotros tantas cosas…pero a veces es necesario salir de casa para sentir.

Hache tiene 73 años y tras haber trabajado en Hollywood durante años, ha recorrido el mundo en bicicleta. Me acoge en su casa de Cochabamba durante unos días enseñándome que las cosas se hacen, no se piensan. Me acompaña a la salida de la ciudad el día que me voy hacia la Paz.

Eduardo y Leonardo viven en Cochipamba y cada mañana a las 5 recorren los dos sobre la misma bicicleta 2 horas de trayecto para sembrar patatas. Volvi un trayecto con ellos, y bajaban por la carretera a más de 65 km/h!!
Me quedaría aquí a vivir, y allí también, y en este lugar también…Es algo que me ha ocurrido montones de veces a lo largo del viaje, pensar que me gustaría comportarme y ser como esta persona que vive aquí donde me encuentro en este momento.
Al cabo de unos kilómetros, encuentro otro lugar donde me gustaría volver a quedarme. Personas que viven en la nieve, en la montaña, a orillas de un lago, en una isla paradisiaca… finalmente pienso que el privilegiado soy yo, que tengo la oportunidad de conocer tantos lugares y formas de vida diferentes, sin estancarme en uno para llegar a aborrecerlo, experimentando lo que la tierra me pone delante, saboreando cada instante como si fuera a acabarse el postre en cualquier momento, saber sonreír y aprender con cada persona que me encuentro en el camino. Esto, no lo cambio por nada del mundo.
Avanzo por la carretera cantando un mix musical que cargué del ordenador de Julio en Punta del Diablo, Uruguay. Siempre canto, tarareo o muevo las manos al ritmo mientras estiro el cuello para oler mejor el aire que me rodea. Escuchar música con los audífonos me hace descubrir canciones que antes me pasaban desapercibidas, lo vivo, vibro, siento… Transforma los momentos al son de una melodía sintonizándose a veces con lo que ocurre en el paisaje, se me pone la piel de gallina, me emociono, sonrío, y en alguna ocasión he llegado a llorar.
Desde lo alto de una loma veo cambiar el paisaje. Una inmensa pared de roca color rojizo domina el horizonte custodiado por un monolito de varios cientos de metros bajo el que se refugia un pequeño pueblo. La carretera desciende suavemente hacia el sol que comienza a esconderse y con la fresca brisa acariciando mi cara veo teñirse las rocas del color del fuego.
Estoy llegando a Chochis.
Calles de tierra roja me llevan entre pequeñas casas hacia el interior del pueblo. Burros gallinas, cerdos y perros descansan bajo alguno de los inmensos árboles que sombrean la plaza.
César es un gran artista de la provincia de Santa Cruz que trabaja la madera entre otras especialidades. Vivió entre los muros de un monasterio de Italia, y siempre estuvo ligado de un modo u otro a la religión, cumpliendo voto de pobreza y humildad. Hoy en día vive junto al río, en una pequeña casa a las afueras de Chochis donde, a diferencia del pueblo, no llega la electricidad y el agua para beber viene directamente del río.
Me recibe en su casa, donde para mi sorpresa, no soy el único. Hans es un suizo que esta dando la vuelta al mundo y por azares de la vida disfruta de unos días aqui. Érica, una arqueóloga con un montón de historias para contar, visita el pueblo desde hace más de 20 años realizando un estudio acerca de los indígenas de estas tierras, los Ayoreo.
Inmediatamente se forma una pequeña familia, y la idea que tenia de partir al día siguiente desaparece a cada minuto que compartimos juntos.
Chochis es una pequeña aldea que nació 1984 a partir de los trabajadores de la vía férrea que se fueron estableciendo en el lugar cultivando el maíz. Poco a poco ha ido creciendo hasta convertirse en un tranquilo pueblo de vida sosegada.
Por el día trabajamos en la casa de César arreglando el jardín. Limpiamos la acequia que viene del río, construimos escaleras de piedra para evitar resbalarse con el barro que forman las lluvias, y movemos inmensas piedras para crear un lugar donde reunirse en la noche alrededor del fuego. Bañarse bajo la cascada artificial que cae desde la acequia que viene del río es uno de los mejores momentos del dia.
Han llegado Marta y Nono al pueblo, una pareja de artesanos española-francés que conocí atravesando el Pantanal en Brasil y que por casualidades de los viajes, coincidimos en más lugares además de aquí. La familia crece en Chochis.
A mediodía salimos para almorzar a casa de Miriam. Por 12 Bolivianos (1,20€ aprox) prepara una sopa de primero y un contundente segundo plato, siempre con carne, que acompaña con chicha helada para beber. Comemos sentados con alguno de sus nietos, hijos, o con Lorenza, el loro.
Paramos en casa de Doña Rufina, hace un exquisito pan en su horno de barro y nos invita a tomar café. Es un agrado conversar con ella, siempre alegre y sobre todo haciendo cosas. Nadie sabe su edad exacta, pero se calcula que ronda los 70-80, en cambio si la miras, con esa joven sonrisa, apuestas por que no alcanza ni los 60. Vive con su bisnieta, Olivia, a la que llama hija y ella llama mamá. Aquí lo importante es quien te da el cariño, y el vínculo genético pasa a ser un mero azar de la vida. Es más común de lo que puedo llegar a imaginar darle un hijo a alguien para que lo críe por ti, ya sea a tu vecino o a tu hermano.
Olivia tiene una niña de año y medio, por lo que Rufina vive con su bisnieta y su tataranieta. Asombroso. Me costó varias preguntas llegar a comprenderlo. Además tiene un niño adoptado al que cría como otro hijo más. Ninguno de sus 13 hijos originales vive ya con ella.
A la noche salimos a pasear. El aire es fresco y la plaza se llena de niños que juegan a las canicas.
-Buenas noches- saluda todo el mundo al pasar por nuestro lado. Es el día de los muertos y nos dirigimos al cementerio donde todo el pueblo vela a sus difuntos.
Caminamos por la vía del tren, bajo un millón de estrellas que llenan el cielo aprovechando la ausencia de la luna. Ninguna farola ilumina el camino, pero caminamos seguros con las linternas en la mano. A lo lejos se escucha música, estamos ya cerca del cementerio.
Todas las familias de pueblo se reúnen frente a sus familiares enterrados para acompañarlos hasta la media noche. Conversan, ríen, comen empanadas y beben chocolate caliente. Mientras, un pequeño grupo musical acompaña la velada con ritmos animados de letras religiosas. Admiro la forma de celebrar este día, el cementerio se convierte en una tranquila fiesta donde la familia es el eje principal del festejo. Me preguntan como se celebra en España, y siento vergüenza al decir que Halloween se ha impuesto a la celebración de este día.
César no tiene aquí a su familia de sangre, pero como ya dije, esto no es lo importante. Nos sentamos por tanto con unos de sus familiares aquí en Chochis, y como a uno más, nos reciben a Hans y a mi con un vaso de chocolate caliente y una amplia sonrisa. -Gracias por acompañarnos esta noche- nos dicen.
Voy a comprar algo para hacer en el fuego esta noche. Jesús Diaz tiene una tienda donde puedes encontrar de todo, desde una rueda hasta un kilo de harina. Lleva 40 años fuera de España, es de Pontedeume, un pueblo de la Coruña a escasos 10 kilómetros de Ares, mi pueblo. Con un carácter difícil de llevar los bolivianos dicen que es gruñón, pero a mi me cuesta dos ironías sacarle una sonrisa. Compartimos un rato palabras que a ambos se nos hacen familiar mientras me va tirando sobre el mostrador las cosas que le voy pidiendo, es un pedacito de casa que de pronto me encuentro en este pequeño pueblo de Bolivia, y me hace sentir bien.
Y van pasando los días en Chochis.

La pelea de gallos en un entretenimiento de los domingos donde los hombres apuestan por un ganador. Si después de 30 minutos de pelea no murió ninguno, se queda en tablas.
Para descansar del trabajo, que hacemos por gusto en el jardín, nos damos un paseo hasta una caída de agua de varios metros de altura que forma el río un poco más arriba, se llama el Velo de la Novia, y forma una pequeña poza donde poderse dar un baño. Coincidimos con todos los niños de la escuela de Chochis disfrutando de la cascada, y como no he sido capaz de seleccionar menos fotos que estas, os pongo un book de los alumnos de la escuela.
Una mañana más fría subimos hasta el santuario, una iglesia construida bajo el monolito de roca rojiza con maravillosas representaciones en madera, muchas de ellas talladas por César, y para el pueblo, su joya.
No encuentro el momento de partir otra vez. Llevo una semana en este pueblo apenas sin darme cuenta, y no me quiero ir, me quedaría de nuevo más tiempo para disfrutar en un lugar x, pero quedarse con las ganas de más es la esencia para querer siempre volver, nunca cansarse de nada y siempre querer más.
Empujo la bicicleta un par de metros con el pie puesto en el pedal y me subo en marcha sobre ella. Que agradable sensación, volver a rodar.
Comienza una nueva etapa de viaje, sin darme cuenta apenas, estoy pedaleando por el oeste de Brasil, a más de 1000km de donde me encontraba la ultima vez (Río de Janeiro) y a unos 500km de la frontera con Bolivia, mi próximo destino.
Me siento feliz, y creía que Makalu también, con ganas de avanzar sobre horizontes desconocidos llenos de paisajes y personas diferentes, pero a tan solo 30 km de nuestro nuevo comienzo algo extraño sucede con la transmisión de la bicicleta. Se ha roto “el eje” de la rueda trasera. También llamado Manzana, cubo o masa. No Se ha roto por la mitad, ha perdido el engranaje, por lo que cuando giro los pedales la rueda no gira, no hay nada ahora que le transmita mi esfuerzo a la rueda… Por suerte estoy cerca de un pueblo y no en medio de la carretera. Voy en busca de ayuda.
Fabio vive con su mujer, Patricia, y su hija Onieli. Tienen una humilde bicicleteria en la que se dedica a reparar las bicicletas de sus vecinos. Cuando llego yo con Makalu convaleciente, le encanta el reto.
En seguida comienza a llamar a la ciudad de Campo Grande para conseguirme la cotización de la pieza necesaria. Da todo tipo de explicaciones mientras tiene la rueda desmontada en la mano y con un martillo trata de desmontar la pieza en cuestión. – No no déjalo asi- le digo -…si no importa… – Sufriendo con el manejo de su martillo golpeando mi rueda… En menos de una hora ha conseguido localizar una persona que me trae la pieza hasta allí.
Bebemos tereré y me pregunta todo tipo de dudas acerca de mi viaje, su hija Onieli juega alrededor nuestro y Patricia mientras entra y sale de la cocina, nos mira con una sonrisa.
Fabio trabaja en el taller durante el día. Se despierta a las 6 de la mañana para comenzar su tarea y cierra por la tarde alrededor de las 18-19. Pero al guardar las bicicletas no se da una ducha para sentarse a jugar con su hija y beber un tereré, se cambia de ropa y se viste entero de blanco. Botas de goma y ropa de abrigo que contrasta con el calor que azota. Se dirige a su segundo trabajo, un frigorífico de carne en el que trabaja hasta altas horas de la noche ya que el dinero del taller no es suficiente.
Todo esto no me lo cuenta mientras comemos el abundante plato de carne con arroz y frijoles que nos acaba de servir Patricia, él habla de otras cosas, siempre alegre, saludando a toda persona que pasa por la calle, por que aquí nos encontramos, sentados sobre un taburete en la calle con un plato de comida sobre las rodillas.
Como era de esperar, la pieza no llego como creímos en un primer momento por la tarde. Ni tampoco a la mañana siguiente temprano, llegó en la tarde del siguiente día, por lo que no me pude ir hasta el tercer día.
Me convertí en un hijo más para Fabio y Patricia, a pesar de ser yo más viejo que ellos, y compartimos dos noches y tres días en los que yo ayudaba por el día a Fabio con las bicicletas y por las noches me sentaba con Patricia al fresco de la noche a beber un tereré mientras veíamos llover y Onieli se columpiaba.
Makalu está como nueva, vuelvo a la carretera. Tengo la sensación de que mi llegada a la frontera boliviana va a ser un paseo de 500km por carreteras sencillas y sin relieve, sin dificultades, y con un paisaje hermoso que disfrutar…pero en realidad no se lo que me espera.
Poco a poco voy introduciéndome en el Pantanal, una reserva natural que alberga a millones de especies animales. Cocodrilos, capivaras, lagartos, leopardos, serpientes, arañas y muchas aves diferentes. De todo me voy encontrando en el camino, a veces muertos en el arcén y otras huyendo a mi paso.
El camino se me hace muy duro, no estoy acostumbrado a soportar este calor y la necesidad de beber agua se me convierte en un problema. Más de 6 litros diarios es lo que consumo en un trayecto de unos 90 km. No hay sombras en el camino que me permitan parar a descansar, por lo que cuando quiero reposar pedaleo mas despacio, cambio mi postura sobre la bicicleta para descansar el culo y sigo avanzando lentamente para que el aire siga dándome en la cara.
Los pueblos distan a unas distancias de unos 40 km como mínimo, y no en todos tienes agua que beber ya que en esta zona es bastante salobre y es imbebible, por lo que necesito comprar varias botellas allí donde veo. Más peso a la bicicleta.
Otro factor en contra es el viento, y por lo tanto mi velocidad más lenta a pesar del esfuerzo. Ni siquiera es agradable esta brisa, me recuerda a cuando abres el horno para mirar como va lo que se cocina dentro y el aire caliente te envuelve la cara.
A decir verdad han sido días muy duros, sobre todo para este comienzo, donde todos los elementos me pillan por sorpresa y mi cabeza aun esta bañándose en las cristalinas aguas de las costas brasileñas… creo, sinceramente, que esta parte de camino ha sido la más dura físicamente en todo el viaje, restando aquel tramo de ruta 40 saliendo de Mendoza, Argentina, que jamás olvidaré.
Pero siempre hay algo que me levanta la sonrisa, y el vuelo de un Tucán a escasos metros míos o el de una pareja de Guacamayos de colores azul y amarillo me hacen mirar al infinito horizonte de la carretera con optimismo.
En cuestión de días le cojo el ritmo al calor, el paisaje se va haciendo cada vez más bonito y sin darme cuenta me encuentro delante de la frontera Boliviana, una línea imaginaria sobre la tierra que separa dos mundos completamente diferentes.
Mi viaje vuelve a dar un giro de 180 grados. Un nuevo país por delante al que he de acostumbrarme lo mas rápido posible para continuar pedaleando. Cambian las costumbres, las comidas, los alojamientos, los precios, la moneda, la forma de indicar las direcciones, las gasolineras… cosas tan sencillas pero tan imprescindibles para viajar en bicicleta.
Me interno en este nuevo país bajo el mismo sol abrasador que venia golpeándome estos días pasados. Voy cauteloso, preguntando a todo el mundo las distancias y los pueblos que encontraré, no tengo ninguna información de esta carretera y conseguir un mapa veo que es imposible, o al menos de momento.
Las respuestas son de lo más variadas, incluso algunos ni siquiera saben nada…nunca han salido del pueblo donde se encuentran, y solo saben que por esta carretera se llega a la capital del estado de Santa Cruz, eso es todo. Las distancias se dan en horas de coche, nadie me habla de kilómetros y cuando pregunto por un mapa todos me dicen que en la ciudad encontraré… a 9 horas de coche!! (unos 600km)
Las carreteras continúan siendo infinitas líneas rectas sin sombras que atraviesan inmensos campos salvajes llenos de animales. Un pueblo cada 20 km esta siendo la media, pero no es un recurso para fiarse, a veces llego a un pueblo y no encuentro absolutamente nada más que cerdos y vacas por el camino de tierra roja que lo atraviesa, el resto es silencio. Otras veces son un poco más grandes, y los cerdos y vacas pastan libremente por la plaza de hierva alrededor del cual se agrupan las casas. Una casa vende pan, otra bebidas y en el centro de la plaza una bomba de agua manual surte a todo el pueblo. Cuando me ven llegar todos me dedican una sonrisa y un buenos días o buenas tardes según corresponda, es un agrado.
-Alli puedes dormir, bajo aquel techo, es del pueblo.
-Alli tienes la bomba de agua, si quieres puedes ducharte, el agua es de todos.
-Si quieres pan aquella señora hace, y allí, en la casa amarilla, venden soda fría.
-¿De donde vienes? -de Chile respondo, pero soy de España -¿¿¿en bicicleta??? Y cuantos días has tardado!!
Algunos se acercan a compartir un tereré bien frio mientras miran la bicicleta, otros al verme pasear al atardecer me invitan a tomar un café para que les cuente historias de otros lugares… y me sorprendió un detalle, algunos hacen la pregunta típica de cuantas ruedas he cambiado ya y cosas asi, algo normal, pero lo que me han preguntado muchas veces, y nunca lo habían hecho antes en todo mi viaje es –¿Y como son las personas en esos países por donde has pasado?
El calor me tiene atontado, es demasiado fuerte pero le estoy cogiendo el tranquillo. He visto algún pequeño río marrón en el camino, pero no me han dado ninguna gana de mojarme…y tiene su explicación. Ya soy yo bastante miedoso con el agua en general, no es una fobia pero si un respeto, y el otro día un señor me dijo… – Alli más adelante tienes un río donde te puedes bañar, pero no te metas entero que hay muchas pirañas y es peligroso. Mientras su mujer me mostraba su dedo con una mordida de dos días atrás. Como comprenderéis no se si estoy mejor sin bañarme, pero lo que si estoy seguro, es que estoy más relajado, eso sin duda.
Hoy tengo pensado parar a dormir en un pueblo llamado Aguas Calientes, me pilla a una distancia de 80km y si no paro ahí me tengo que ir hasta Roboré que esta a 30 más, asi que esa es la meta que me propongo para el día de hoy. Nadie le dio ninguna importancia a este pueblo, excepto un señor que encontré en la carretera, – Es un buen lugar para hacer camping, y tiene agua termal – me dijo.
Jamás imaginé que llegaría a este paraíso.
Agua termal surge de entre la arena formando un rio completo de agua caliente. A modo de pequeños geyser el agua brota levantando la arena del fondo del río formando pozos donde uno puede enterrarse. Nadar, caminar, tumbarse con la cabeza apoyada sobre un tronco o pasear bajo la lluvia…jamás en mi vida había visto unas termas de esta proporción.
El resto, os lo explico con la fotografías, no se como hacerlo en palabras.

Puralina y Reina han terminado de vender zumos y empanadas en la zona de camping, ahora les toca jugar como corresponde.

Rene y Reina son hermanos, Puralina su prima. Juntos trabajan durante el día y juntos juegan por la tarde.

Puralina es de Aguas Calientes, y con 10 años vende zumos y empanadas durante el día en la zona de camping. Al final del día descansa.

Hemos pasado toda la tarde juntos jugando en el agua, sacandonos fotos, y explorando por el río. Al final nos hacemos nuestra foto de grupo para el recuerdo.
Estos son momentos que solo te regala un viaje. Llegar a un lugar “x” en donde las circunstancias se conjugan a favor de ti, te regala un instante que te hace sonreír y que no se borra en tan solo unas horas, se guarda como tesoro en los recuerdos para dejarla brotar de nuevo en cualquier momento.
Hace unos días pasaba calor y sed sobre las carreteras de Pantanal, ahora este momento me lleva a la felicidad, por que creemos que el viento siempre sopla en nuestra contra, pero realmente se prepara para empujarnos por la espalda.
Mis últimos kilómetros por la costa Brasileña estuvieron, como siempre, llenos de sorpresas.
Noche inolvidables…

En Sao Vicente conocí a Vinicius, una gran persona de Couchsurfer que me llevo a disfrutar la noche en un ambiente único.
Personas que me enseñan a sonreir…

Chumbo es nativo de Maresias, pura esencia de Brasil. Tiene un pequeño camping que no sale en las guías «El camping del Chumbo»

Leo y Estefanía se conocieron en el Bolsón, Argentina. Ahora viajan en moto pagando los gastos con las pulseras que hacen.
Rincones de postal…

Rincones en Ilhabela, una isla con mucho turismo pero que conserva la esencia natural de un paríaso.
Pero este post tiene muchas semanas que recorrer, os recuerdo que estuve con mi ordenador estropeado mas de un mes… asi que pedaleamos rápido para llegar a Paraty.
La lluvia me acompaña durante los 85 km que me separan de Paraty, la música y una sonrisa también. Hay algo muy especial que me espera al final del día.
Veo bajar a mi madre y mi hermano Fernando del autobús que llega de Rio de Janeiro, hace casi dos años que no nos veíamos y por fin nos abrazamos.

los recuerdan? Nicolas y Manuel tocaron para mi Mediterráneo en las calles de Florianópolis. Ahora me los encuentro en Paraty.
Las siguientes tres semanas vamos a disfrutar de viajar juntos, dejaré a Makalu descansando en Paraty para compartir las paradisiacas playas del estado de Rio en familia.
Es difícil cambiar el ritmo de un viaje tan rápido, pero el cuerpo se acostumbra a vivir tranquilo rápidamente, el sedentarismo es un droga que atrapa a tantas personas que yo no iba a ser menos.
Moverse en autobús es barato, cómodo y te regala instantes como este.
Pero quiero volver a la carretera, disfrutar de Makalu sobre la tierra y el asfalto y de las sonrisas que alivianan el camino. Asi que tras despedirme con pena de lo que fue una breve visita de mi madre y hermano, me centro en lo que esta por venir.
Las cosas no son nunca como uno lo imagina, y cuando me dirijo a la policía Federal para renovar mi visa de turista por 90 días me encuentro con que
Las cosas no son nunca como uno lo imagina, y cuando me dirijo a la policía Federal para renovar mi visa de turista por 90 días más me encuentro con que no va a ser tan sencillo…más bien imposible.
Un problema de políticas exteriores entre Brasil y España impide a los españoles, y la mayoría de países pertenecientes a la zona del tratado de Schengen, renovar su visado de turista por 90 días más, contrariamente a lo que pone en toda la información que proporciona la pagina de extranjería Brasileña oficial, y lo que por supuesto, da lugar a problemas como en el que me encuentro yo.
Me quedan 4 días para abandonar el país, o bien quedarme ilegal pagando una multa diaria de casi 9 reales (3 euros)
Abro el mapa, miro, imagino, planteo…me voy a Bolivia.
Es la frontera más cercana desde donde me encuentro. Tomo un autobús hasta Sao Paulo.
Aquí me espera Carlos, compañero de viaje durante varios cientos de kilómetros y del que os he hablado mucho en posts anteriores. Me ayuda a mover mi equipaje por la gran estación de autobuses, que con la bici embalada es bastante, y compartimos varias cervezas hablando de grandes momentos vividos y otros que están aun por llegar. Una nueva etapa de viaje comienza, y como no podía ser de otra manera ésta la culmino con quien la empecé, gracias.
Encontré muchas personas con los brazos abiertos y que me ayudaron en el camino, no termino esta etapa de viaje con mal sabor de boca, todo lo contrario, el tema de aduanas es algo externo a la verdadera esencia del país, porque un país no es política, un país lo forman las personas que habitan en él, y Brasil, desde todos los puntos de vista, es un gran país.































































