Han pasado muchos dias sin contaros nada, sin presentaros a personas nuevas y sin compartir con vosotros fotografias… Os pido disculpas pero he tenido graves problemas con mi ordenador, y me ha sido imposible… Tengo un montón de cosas que contaros, han sido semanas de pedaladas maravillosas entre playas y cascadas, donde como siempre la gente que se ha puesto en mi camino me ha dedicado una sonrisa.
En una semana estaré en Rio de Janeiro, y desde alli volveremos a viajar juntos cada centimetro, lo prometo.
Abandono en silencio la isla que por estos días me acogió.
No ha sido fácil dejar atrás a las personas que encontré en el camino, mi despedida con André Paiva se alargó toda la mañana hasta después de comer.
Ahora continuo mi viaje, pensando en lo que verdaderamente significa viajar. No es recorrer para ver, ni siquiera fotografiar, ni tampoco llegar a ningún lado. Viajar es disfrutar de la esencia de cada paso, absorber lo que el camino pone delante de ti para saborear la vida con los cinco sentidos. Encuentros con personas que marcarán tu corazón e incluso tu destino, es conocerse a uno mismo tal y como es.
Un día escuche en un programa de radio que el máximo engaño del viajero era que todo el mundo que conocían en el camino eran buenas personas, eso es porque solo las conocen un rato comentaba…no las conocen de verdad…
Yo creo que esta completamente equivocado, lo que conocemos es la esencia de las personas, lo mas importante, sus verdaderas intenciones e inquietudes…
Así salgo de Florianópolis, feliz.
A unos 60 km pararé a descansar en la casa de un magnífico Warmshower, André. Sin previo aviso por mi parte, este bombero de energía inagotable me ofreció su casa para descansar y compartir con él.
Han sido muchos días de descanso en Florianópolis y tengo ganas de pedalear, asi que tras pasar dos noches continuo hacia el norte. El sol a salido hoy con fuerza y me hace muy costosa la pedalada por la carretera general, pero pronto podré desviarme por la costa y asi continuar sin el estrés de los camiones.
La carretera de interpraias me lleva arriba y abajo entre morros que separan las innumerables playas. El camino es precioso pero estas subidas se hacen prácticamente imposibles de hacer, aquí las carreteras las hacen a modo cortafuegos, una línea recta que sube la montaña sin curva alguna…
Paro en una gasolinera para coger un poco de agua, he llegado a Navegantes y quiero descansar un poco antes de seguir. Unas personas se acercan para preguntarme sobre mi viaje, nos sacamos fotos, y cinco minutos después estoy sentado en su restaurante con una comida deliciosa delante de mi. Son Fran y Marcos, dos hermanos que hace poco tiempo apostaron por su nuevo proyecto, el Restaurante Sinestesia.
Después de comer me llevan a recorrer los alrededores de su ciudad, mostrándome los rincones y playas escondidas que todo viajero quiere descubrir.
Se nos ha echado la noche encima y ellos tienen que volver a trabajar. Me ofrecen su casa para pasar la noche, y el restaurante para ir a cenar… me cuesta decir que si, pero por supuesto acepté. Fran prepara el mejor pulpo que he probado jamás, y eso que mi sangre es gallega y el pulpo más que una pasión.
Salir a la carretera se me vuelve a hacer difícil.
Tras un día de intenso calor el tiempo se enrarece y la lluvia está por llegar. Vuelve a hacer un poco de frío y es más cómodo pedalear pero me preocupa la noche, la última noche que me cayó una tormenta amanecí con una laguna alrededor de mi carpa, y quizá esta vez no tenga tanta suerte y la laguna se quiera meter conmigo a dormir asi que una vez llegado a la isla de São Francisco paro en un centro de atención al turista donde tienen wifi.
Escribo a dos warmshower para comunicarles que estoy en la ciudad y que quiero pasar la noche en un lugar con techo. 5 minutos después, un coche para delante de la puerta y el hombre que se baja me dice, Juan!! Bienvenido!! Te quedas en mi casa!! Yo estoy descolocado…no me lo puedo creer…no se que tiene la gente aquí en Brasil pero nunca jamás había experimentado nada igual.
Fábio vive con su mujer, Cyntia, y dos maravillosos hijos, Gustavo y Miguel. Lleno de inquietudes Gustavo me pregunta todo tipo de dudas acerca de mi viaje y de mi país de procedencia.
Vuelvo a estar en familia, bajo el abrigo de un hogar.
Esa noche escucho llover mientras miro el techo que se ilumina con las farolas de la calle. Estoy caliente, tranquilo, feliz.
Pedaleo con mi bicicleta cargada entre una inmensa masa de autos que tratan de avanzar por la saturada carretera de acceso a la ciudad. Estoy llegando a Florianópolis, capital del estado de Santa Catarina, una isla con más de 100 playas escondidas entre sus verdes montañas.
Aquí me esperan dos personas. Aline, un contacto de Warmshower que me presta su casa y su energía para recibirme en la ciudad y André Paiva, un magnífico fotógrafo de mente inquieta que contacta conmigo a través de mis fotografías de Instagram.
Siempre es agradable ser recibido cuando llego a una ciudad, el caos de las aglomeraciones citadinas es algo que me descoloca y pedalear con un rumbo fijo en estas ocasiones me relaja y alegra.
André me espera en la ciclovía que recorre la costa oeste de la ciudad con la cámara de su teléfono dispuesta a inmortalizar mi llegada, y por supuesto con una sonrisa que renueva las energías de cualquiera. Mientras saboreamos un exquisito café nos ponemos al día de todo como si se tratara de una amigo que hace mucho tiempo que no veo. Hablamos de mi viaje, de su cercano proyecto de recorrer la carretera Austral a pie, de fotografía, de ganas de vivir…
Con él recorro los rincones de esta ciudad que aun preserva, aunque pocos, algunos recuerdos de lo que fue la época colonial.
Cuando el sol se está ocultando por el lado continental de la isla me encuentro con Aline. Vestida de oficina con su bicicleta desmontable sale de su trabajo para recibirme. En cuanto llega a casa se viste con ropa deportiva dispuesta a salir a correr por el mar, pedalear, caminar, jugar voleiball, remar… no se de donde saca la energía esta mujer! Después llega a casa para revolver la cocina entera y preparar algún delicioso plato vegetariano que saboreo con gran devoción.
Después de algunos días de paz, comienzo a echar de menos a Makalu. Preparo mis alforjas y me encamino a recorrer la isla.

Adauto me paró en la carretera, me invito a pasar a la casa y me corta unos platanos para el camino.
Fuera de la moderna y alborotada ciudad, Florianópolis se presenta como un paraíso de playas turísticas y salvajes, naturaleza y tradición pesquera.

Arreglar las redes lleva mucho tiempo. Con el palo de la boca miden la distancia exacta entre cada nudo.
Habían sido muchos los buenos comentarios acerca de este lugar, y ahora lo comprendo, no se exactamente que hace sentir la isla con esta pasión, pero se deja querer.
Fuera de los grandes edificios que ensucian algunas de sus costas, me introduzco por caminos que llevan a playas donde el verde de las montañas acaba sobre la arena.
Lugares donde la pesca artesanal aun sigue siendo un modo de vida y subsistencia, una última generación de hombres y mujeres con sabor a mar que reparan sus redes de nylon en el puerto sin tener a nadie a quien poder mostrarle su oficio como un día ellos lo aprendieron.
Vuelvo a encontrarme solo. No es un sentimiento de carga sino de libertad.
La soledad solo pesa cuando no estas acostumbrado a compartir con ella escuché un día, después, la echas de menos.
Casi sin darnos cuenta, Carlos y yo pedaleamos en direcciones diferentes un día de improvisto. Ni siquiera nos despedimos, y ahora tampoco siento que este lejos, llevamos un mismo camino que se recorre por senderos diferentes, al final, de un modo u otro, volveremos a cruzarnos.
Compartir estos días con un compañero me ha ayudado mucho, y sobre todo enseñado. Siempre dos cabezas piensan mejor que una, y eso que la mía es muy grande, y las conversaciones cuando el sol ha desaparecido o las carreteras se hacen largas son bien agradecidas.
A pesar de todo hay algo que me lleva a viajar solo, no sabría explicar con exactitud que es, pero me hace sentir bien.
Me dirigí hacia la costa atlántica con la esperanza de disfrutar la paz que siempre ofrece el mar. La verdad es que en un primer momento no fue así.
Los pueblos que recorren la costa a la altura de Puerto Alegre no es exactamente lo que me esperaba. Un alborotado conjunto de casas cerradas a cal y canto es lo que recorro en esta parte de Brasil, en donde dormir en la playa se hace imposible debido a los constantes avisos de los moradores que me advierten de su peligro. Al principio me cuesta creerlo, así que pregunto a más personas, dos, tres, cuatro, un policía…y todos me responden lo mismo, “no no en la playa no, es muy peligroso por la noche…” A si que tras recorrer algunos kilómetros por la carretera costera, regreso a la general, en busca de esas gasolineras tan confortables para dormir y que bajo la angustia de no encontrar un lugar tranquilo para pasar la noche días atrás, llegue a echar de menos como si de un hogar se tratase.
La carretera se hace muy aburrida, estos días la ola de frío ha desaparecido para dar paso a una de calor, y con más de 30 grados pedalear por una carretera llena de camiones no es del todo agradable. Me pongo música y avanzo camino.
De vez en cuando me desvío de la carretera en busca de carreteras secundarias que hagan de mi paseo algo más confortable, y así sucedió en Torres.
En este pueblo me desvío para recorrer un camino de tierra que me quitará más de 30 kilómetros de carretera general hasta Sombrío. Un camino rural de tierra polvorosa que me lleva entre casas sin valla con perros que no ladran al pasar. Se respira paz, tranquilidad, y el fino polvo del camino se resguarda en todos los lugares imaginables e inimaginables de mi bicicleta y alforjas.
Pero la paz no dura mucho, una vez en Sombrío he de volver a la autopista, no me queda otra opción que volver al arcén de esta arteria brasileña por donde miles de camiones circulan entre el sur y el norte.
Pedaleo continuo, sin poder disfrutar mucho de lo que me rodea, esquivo los cristales y neumáticos de camión reventados que me voy encontrando en el camino, escucho música, a veces canto a grito pelado y mi voz se pierde entre los vendavales de los camiones al pasar, otras simplemente voy con la cabeza en otro lugar, y mis piernas se mueven solas…
Esquivo el cristal de una botella de cerveza, sin más, como un movimiento automático. De pronto freno la bicicleta y miro para atrás de nuevo. Algo se me ha hecho familiar y no está dentro del contexto del lugar. Es una botella de Estrella Galicia!! Solo la etiqueta pegada al cristal permanece en el asfalto. Boca arriba. De pronto me sumerjo en una serie de recuerdos magníficos que me llevan a mi pueblo gallego, Ares. Esos momentos que uno vive como parte de una rutina de vida pero que tanto significan. Desde aquí todo lo veo de un modo diferente, cuando estas tan lejos de casa te das cuenta de la de cosas que echas de menos, pequeños detalles que cuando forman parte de un día a día apenas paras a saborear.
Es increíble haberme encontrado con esto aquí, no se si será una señal de algo, no pienso en ello, mi cabeza continua compartiendo una Estrella con mi familia, con mis amigos, en el Avenida, en la de Migui, en la playa de Centeas… me acuerdo de todos vosotros y el camino de pronto se me hace más ameno. Sonrío.
Mirando el mapa descubro que a la altura de Jaguaruna existe un camino que parece atractivo, bordea por la costa y se aleja de la autopista.
El ambiente cambia por completo, los paisajes también. Un camino de tierra que transcurre entre el océano Atlántico y lagunas. Inmensas dunas me separan del sonido de las olas que se escuchan retumbar en el aire. Casas de madera con pequeñas embarcaciones en la puerta que da al lago, y casas abiertas. Este es el primer síntoma de paz en un lugar, cuando las casas no están enrejadas. Hace mucho calor…quiero encontrarme con el mar, pero el acceso esta cortado por las montañas de arena. Pincho una rueda. Busco un lugar con sombra para cambiarla y continuo.

Mientras un hombre esta en el agua con la red, desde el puente, la voz de la experiencia le dirige para dar con la presa.
Un cartel que pone Praia Teresa se desvía entre pequeñas casas a la derecha, allá voy! La playa no se ve, ahora las dunas han dado paso a pequeñas montañas que aquí llaman morros, repletos de vegetación hasta la punta. No se a que distancia esta el mar, pero sueño con tocar el agua, a pesar de ya estar el sol bastante bajo sigo estando acalorado…y de pronto aparece ante mi una pequeña playa protegida por los verdes morros selváticos y grandes rocas graníticas.
Se pueden ver algunas casas, pero no hay ningún comercio, bar o algo parecido. Esto es justo lo que yo quería encontrar desde hacia más de 500km atrás…una playa salvaje de arena blanca bañada por un mar azul, donde el sol cae por el lado de la arena y se levanta por el mar.
Vuelvo a llenarme de vida como lo hacia al respirar el aire de la Patagonia unos meses atrás, vuelvo a renovar esa sonrisa de felicidad en el rostro que elimina la gravedad de un mal momento. Estoy feliz, pleno.
Sigo por la costa hacia en norte por el estado de Santa Catarina que ofrece unos paisajes que me hacen sentir bien, muy bien.
Un pequeño problema con mi llanta trasera me hace parar en un pequeño taller para cambiarla, y sigo camino con rueda nueva.
Como mortadela en barra con pan sentado bajo un árbol en la plaza de Garopaba. El día se a puesto frío y no tengo claro hasta donde voy a pedalear, pero aun tengo la energía positiva cargada a tope, y cuando uno se siente feliz allá donde está, ocurren cosas maravillas.
Dos horas más tarde ceno churrasco por toneladas y cerveza. He conocido a Sandro y Ernesto (Ché para los amigos) dos grandes personas aficionados a la bicicleta que me invitan a su casa para compartir historias, y sobre todo comida y bebida. No me hospedan en su casa, me dan las llaves de una casa de dos plantas para que me quede tranquilo y descanse mejor. Esa noche cayó el diluvio universal mientras yo me daba la vuelta sobre el colchón para acomodarme y seguir durmiendo…
Por supuesto que al día siguiente no me voy de Garopaba, Sandro y Ché me han invitado a recorrer en bicicleta las playas y morros de los alrededores. Cenamos Arroz Carretero, un plato típico del post churrasco y que Ché es experto en preparar, mientras Sandro se encarga de sacarme cervezas heladas de la nevera.
Al día siguiente quieren llevarme a ver una Cascada, la Cascata Encantada. Se encuentra de camino al norte, así que cargo mi bicicleta y partimos juntos.
A todos lo que siempre me pedís que grabe, para sentirme más cerca o simplemete reiros de como hablo, aqui teneis un pequeño video de lo que ha sido la entrada a Brasil. Espero que lo disfruteis!

































